Instituto Bernasconi
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Nadie puede dudar de que es un palacio. Pero es más que eso: es un monumento.
Un monumento vivo, donde más de 3600 alumnos acuden diariamente a estudiar en las espléndidas aulas de sus nueve escuelas, otros centenares de personas visitan el complejo museológico que albergan sus paredes, sin contar con los que acuden a su maravilloso auditorio (una especie de Teatro Colón más pequeño), y muchos más que simplemente se paran a observar y sacar fotos del imponente edificio.
Nos referimos al Instituto Félix F. Bernasconi, ubicado en pleno Parque Patricios, en la manzana de Catamarca, Rondeau, Esteban de Luca y Cátulo Castillo, antes Pedro Echagüe.
Son tantas las historias que anteceden a su fundación, que no es fácil decidir un principio. Podemos decir que forma parte del predio donde una vez existiera la estancia “El Edén”, y en cuyo casco de ocho hectáreas viviera don Francisco P. Moreno, popularmente conocido como el Perito Moreno. No faltaban quienes creían que la P correspondía, justamente a la palabra perito, como si fuera un nombre, siendo que, en verdad, se trata de Pascasio. Esta quinta, conformada por el casco de la antigua heredad, estaba rodeada por una barriada muy humilde, por decirlo de alguna manera, que constituía el llamado barrio de las Ranas, o también de las Latas, aludiendo al principal material de construcción de las destartaladas viviendas. Y a ese vecindario socorría de mil maneras don Francisco Pascasio Moreno, abriendo sus puertas para todos los que quisieran recoger fruta del enorme huerto rico en higos, duraznos, naranjas y mandarinas, apetecibles golosinas de la miseria. También allí fundó dos escuelas para instruir en las primeras letras a las pobres criaturas de los alrededores.
Un rico hijo de inmigrantes suizos, don Félix Fernando Bernasconi, que poseía una gran fábrica de calzados, lega a su muerte tres millones de pesos fuertes al entonces Consejo Nacional de Educación para la compra del terreno y construcción del enorme palacio que nos ocupa y lleva hoy su nombre.
La piedra fundamental la coloca en 1921 el Presidente Dr. Hipólito Irigoyen, y en su segunda presidencia, en 1929, inaugura el Instituto, pensado como una especie de Sorbona del curso primario.
No se escatiman gastos: en el frente, flanqueando las escaleras de la entrada principal (calle Catamarca) se encuentran dos valiosísímos grupos escultóricos de Alberto Lagos, un gran reloj sobre la torre principal, dos piletas de natación con agua caliente en los subsuelos, escaleras de mármol de Carrara, carpintería de cedro de primera calidad y generosas dimensiones, columnas, arcadas, y todos los detalles de ornamentación e iluminación que corresponden a la gran arquitectura de la mejor época de nuestro país, están en este complejo educacional, que no tiene precedentes, ni, lamentablemente, sucesores.
El estilo corresponde, en general al renacimiento florentino, como prueba del eclecticismo de la época.
Dos detalles finales. En el gran parque subsiste un gran aguaribay, plantado por don Francisco en 1872, y en una de las vitrinas está, embalsamado, el que fuera uno de los perros más populares de la Argentina:
Fasulo. Este perrito fue rescatado por los bomberos en un incendio acaecido en 1950, en Buenos Aires. Los mismos bomberos curaron sus quemaduras y lo adoptaron. Durante diez años Fasulo fue la mascota de la institución, ayudaba en los derrumbes e incendios a localizar gente entre los escombros, y mereció cantidad de notas en revistas, diarios y televisión hasta su muerte en 1960. Hoy, el perrito Fasulo sigue rodeado del cariño de quienes lo recuerdan, y de la curiosidad y el respeto de los chicos que se detienen a leer su historia.