Héroes ignorados
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Algunos yacen, tendidos en el suelo, como soldados después del postrer combate. Otros, maltrechos y desvencijados aguardan el golpe final para sucumbir como sus camaradas de lucha.
Curiosamente, aún puede verse por allí algún sobreviviente que, sin duda por haber sido destinado a un área de menor riesgo, permanece enhiesto, firme en su puesto, ignorando la desgracia de tantos hermanos caídos.
No eligieron su destino, fueron asignados cada uno a su puesto, que tanto pudo haber sido ése como cualquier otro. Daba igual. Cualquier puesto hubieran aceptado, sin protestar, soportando en silencio días helados, inciertas madrugadas, los vientos secos y los huracanes gélidos, los rayos del sol que rajan la tierra, las noches húmedas, y las lluvias torrenciales.
Para eso fueron convocados, es cierto, pero nadie ha mencionado su sacrificio, mucho lo tememos, estéril. Si bien reconocemos que su misión era de cumplimiento forzoso, es destacable el estoicismo y valor sereno con que fue cumplida, casi hasta -como suele decirse- más allá de lo exigible.
Y sin embargo, hasta ahora no hemos visto en ningún medio que se hable de rendirles un homenaje, por modesto y sencillo que fuere. Si es mala fortuna, sin duda, caer destrozado en plena juventud y lozanía, es mayor la desgracia cuando a la muerte o desaparición en combate se le añade la indiferencia de los poderes públicos y de la gente en general, que parece no reparar en los destrozos que el enemigo causó y causa diariamente en esta pléyade de humildes y sufridos servidores de la ciudad.
No constituimos el ámbito adecuado, ni menos aún queremos asignarnos una tarea que somos los primeros en reconocer que no es la nuestra.
Pero cuando vemos y palpamos el hosco silencio, la actitud entre recelosa y reticente ante tanto sacrificio, tomamos en nuestras manos el reconocimiento ciudadano ante tantas vidas tronchadas impunemente por la soberbia y el desprecio criminal de quienes se ensañaron con estos humildes servidores, que sólo pretendían señalar la senda correcta de motos, automóviles y colectivos.
Pese a estar provistos de un noble dispositivo que los hacía incorporarse luego de ser embestidos, era ingenuo suponer que el tránsito porteño iba a ser encauzado por estos pobres palitos amarillos colocados, para su desgracia, en algunas avenidas porteñas a merced de la cotidiana y rugiente horda mecánica que nos agobia todo el tiempo.
Descansen en paz, palitos amarillos. Y disculpen que los llamemos así, ya que su existencia fugaz, no nos ha dado tiempo ni para averiguar sus nombres.