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#72 • Agosto 2012 Año III Escritores Fundadores

Florencio Escardó

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Cuando se encara la tarea de reseñar en algunas líneas vidas como las del Dr. Florencio Escardó, la duda de por donde empezar suele llevar más tiempo de lo previsto. Y esto sin pretender, ni mucho menos, desarrollar una biografía del personaje, que requeriría varios volúmenes, por la magnitud y la importancia de sus realizaciones.

Nacido en Mendoza, en 1904, se recibió de médico en 1929, especializándose en Pediatria, desempeñándose inicialmente en la Maternidad “Samuel Gache” del entonces Hospital Rawson. Sus mayores logros, discutidos y criticados en su tiempo, los concreta en el Hospital de Niños “Ricardo Gutiérrez”, donde trabajó 45 años, larguísima etapa que lo convirtió, ya en vida, en un personaje legendario, al que la gente le abría paso y contemplaba en un silencio cercano a la veneración.

De talla pequeña, muy erguido, de facciones finas y angulosas y melena blanca leonina, impresionaba por su vitalidad, por la agudeza y rapidez de su conversación y su sentido del humor, que luego volcaría en infinidad de páginas de libros, revistas y diarios de la época, bajo el seudónimo de “Piolín de Macramé”, popularísimo en esos años.

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Sus realizaciones en el Gutiérrez fueron incontables. La principal, sin embargo, fue la más resistida. Consistió, simplemente, en lograr que las madres fueran internadas junto a sus hijos enfermos. Hasta ese momento, los niños eran visitados por dos horas, de 17 a 19, y así hasta el otro día. Cuesta imaginar tanta dureza de corazón, y emociona leer las palabras del Dr. Escardó: “¿Qué puede tener de revolucionario pensar que las madres deban estar con sus hijos enfermos? ¿Cómo alguien puede aprender pediatría si no se está al lado de la madre? Tardé treinta y dos años -agrega- en conseguir que las madres entraran a la Sala en el Hospital de Niños. ¡Treinta y dos años! Es lo único de lo que estoy orgulloso en la vida.”

No era cierto. Muchos, muchísimos motivos tenía el Dr. Escardó para estar orgulloso. Podríamos recordar, por ejemplo, el hacer que sus alumnos realizaran trabajos comunitarios en la Isla Maciel, para conocer el entorno de la pobreza, o haber creado la Escuela para Padres del Hospital de Niños, o el Laboratorio de Bacteriología Pediátrica, o el Pabellón de Psicología, o tantas cosas que no escapaban a su capacidad de realizador, siempre alerta a lo que pudiera hacerse en favor de la niñez.

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Fue Decano de la Facultad de Medicina, y Vice-Rector de la Universidad de Buenos Aires. Desde allí logró que los dos Colegios dependientes de la UBA, el Nacional Buenos Aires y el Carlos Pellegrini, adoptaran la enseñanza mixta, antes sólo reservada para varones. Esto, que hoy parece tan natural, también causó escándalo en muchas mentes de la época.

El Dr. Escardó era un gran y sincero demócrata. Esto bastó para que fuera dejado cesante de todos sus cargos en 1976, hecho que, por sí sólo, demuestra la catadura moral de quienes ejercieron el poder en ese entonces. Fue autor de decenas de libros científicos, y de otros que tuvieron amplia difusión en su momento, como “Geografía de Buenos Aires”. Presidió la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) y fue miembro de la Academia Porteña del Lunfardo. ¿Qué más? También escribió letras de tangos, uno de los cuales aún se difunde con regularidad: “¿En que esquina te encuentro, Buenos Aires?”.

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En un viaje a París, se vinculó con la barra de amigos de Carlos Gardel, a quien llegó a conocer personalmente, escribiendo luego sobre el gran cantor -a quien siempre admiró sin reservas- agudas y elogiosas páginas.

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El Dr. Florencio Escardó falleció en Buenos Aires el 31 de agosto de 1992. Años después, en el 2004, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires resolvió que el espacio existente en el cruce de Sánchez de Bustamante y Paraguay, frente al Hospital de Niños se denominara Dr. Florencio Escardó.

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Al pasar frente a ese sucio y mezquino terreno que más que homenajear denigra su ejemplar memoria, sentimos vergüenza de ver allí su nombre, y mentalmente musitamos: ¡Perdón, Dr. Escardó!

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