Tomas de agua
Compartir
Una mañana de hace ya tres décadas, cuando era niño, tuve ocasión de observar a una pintora apostada frente al río “de sueñera y de barro”, muy concentrada ante su caballete, capturando un motivo que entonces me pareció insólito. Poco a poco ella plasmaba en el bastidor el neblinoso paisaje costanero de aquel día, donde destacaban, fantasmagóricas por efecto de la luz, dos construcciones emergentes en el estiaje. Eran las torres de toma de agua que están próximas a la dársena de veleros.
Me preguntaba entonces qué razón pictórica podían tener esos edificios en el río, y al tiempo supe la respuesta: comprendí que las torres seguían inquietándome con su hálito extraño y que aquella artista —que era mi madre— había sentido una fascinación similar y necesitaba explicarla.
Mareas y sudestadas pueden dejar al descubierto o tapar enteramente varios otros misterios que tiene el Plata: mástiles de veleros hundidos que a veces sobresalen del pelo de agua, para luego ocultarse otra vez; antiguas chatas areneras que se fueron a pique y hoy solo las recuerdan boyas luminosas y boyarines ciegos; restos de pontones oscuros con nombres femeninos; hay cascos innominados que otros navegantes suelen tocar con sus quillas cuando salen de excursión; también está el enigmático Fierro Belgrano a la altura de la avenida Salguero; etcétera. Pero las torres son otra cosa.
Siempre visibles, con algo de suerte la más cercana a la costa (la “torre vieja”) suele apreciarse casi en seco cuando la bajante es pronunciada, y es en tales ocasiones que muestra todo su pequeño esplendor de obra pública típica de la arquitectura del ochenta.
Esta toma (cercana al actual Parque de la Memoria) fue diseñada por el ingeniero sueco Nystromer, uno de los autores del ecléctico Palacio de Aguas Corrientes que está en Córdoba y Ayacucho; y de hecho es una torre que en cierta forma recuerda ese edificio: su detalle característico es que más allá de lo puramente funcional se trata de una torre erigida con mucha preocupación por lo estético. Lo habitual es que del nivel del río sobresalga su piso superior, de elegante diseño, al que se accede por una puerta de dintel recto con dovelas. Sobre el techo tenía un pequeño faro (más bien, una baliza) y una veleta. Importantes tuberías la conectaban con la planta potabilizadora de Recoleta.
Pero este establecimiento pronto fue insuficiente para cubrir las necesidades de la Gran Aldea. Las proyecciones indicaban que su población seguiría creciendo y al promediar la primera década del siglo XX ya alcanzaba el millón y pico de habitantes. Se había vuelto imperioso dotar a Buenos Aires de una infraestructura sanitaria eficiente, y fue así como en 1908 comenzó a idearse un nuevo plan de abastecimiento de agua potable.
Las prioridades concretas consistían en reemplazar las obsoletas instalaciones de Recoleta por otras más adecuadas en Palermo, poner una nueva toma de agua en el Río de la Plata, construir depósitos de reserva en barrios de cota elevada, y por supuesto extender la red de provisión. El 18 de julio de 1912 era sancionada la ley por la cual se creaba el organismo Obras Sanitarias de la Nación y ya al año se inauguraba la planta General San Martín, con modernos dispositivos que fueron rodeados de bellos edificios, garitas, jardines y verjas.
Vinieron al río otras torres: una hexagonal y otra octogonal, ambas de apariencia sencilla. Son las que se ven desde Aeroparque. La única que hoy está en uso es la octogonal, la más alejada. Quien se aventure más al sur también podrá toparse con la torre de Bernal, prima hermana de las porteñas.