Inviernos
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De seguir así, si un extranjero quisiera saber como son los inviernos en Buenos Aires, sólo podríamos responder: “Ni idea”.
Hasta no hace mucho, las estaciones eran cuatro. A saber: Verano, Invierno, y los intermedios del Otoño y la Primavera, que eran tan importantes como para merecer la exclusividad de su propio vestuario: la ropa de medio tiempo.
Todo eso desapareció, no sabemos si para siempre. La transitoriedad es nuestra condición esencial, y la que define todas las variables, desde la política hasta el régimen de lluvias.
¿Se habrán visto alguna vez mosquitos en pleno mes de julio volando a sus anchas en esta latitud?
¿O árboles que todavía no han perdido sus hojas?
¿Cómo podría escribir Piazzola su “Invierno Porteño” en estos días, en que el frío viento del sur es de pronto suplantado por una ráfaga de aire caliente que dura una semana?
¿Se formulará todavía la eterna pregunta, clásica de las conversaciones sin tema, acerca si se prefiere el invierno o el verano?
No obstante estas consideraciones, y tal vez para desmentirlas, el invierno ha vuelto por sus cabales, y compensa con fríos antárticos aquellos días en que, seguramente por descuido, deja colar emanaciones del trópico en sus dominios.
Todos sufrimos estas rachas polares, pero más-¡y cuánto más!- quienes padecen “situación de calle”, neologismo que define a gente que no tiene donde ir y carece de recursos. En suma, que más estar en “situación de calle” está, lisa y llanamente, en la calle.
Quien vea o sepa de alguien que sufre esta situación, puede llamar al 108 (interno 2) y requerir ayuda. Lo agradecerán tantos desvalidos que vemos en los umbrales, en las entradas de los cines y teatros, y hasta en cajeros automáticos de los bancos. ¡Sin duda ignoran las maravillosas cifras de nuestra economía nacional, siempre en ascenso!
Pero estaba también el invierno de la literatura, más grato que el cortante viento helado de nuestras calles…
¿Quién no se deleitaba en aquellos pasajes de “Los Tres Mosqueteros”, por ejemplo, en que los protagonistas, en medio de una nevada invernal, llegaban restregándose las manos a la posada, y luego de ordenar el mejor vino y la mejor comida, se sacaban las mojadas botas frente al crepitante fuego del hogar?
¿O con los relatos de Dickens, tan frecuentes en las descripciones de los ambientes familiares, con risueños y amables personajes de excéntricas personalidades, y donde las estufas encendidas asumían papeles casi protagónicos?
La recreación de ese espíritu nos lleva al evocador título de una obra de Italo Calvino: “Si en una noche de invierno un viajero…”
Todas esas escenas europeas, con el telón de fondo de la obligada nieve, no pudieron ser calcadas en nuestro país. Sólo dos veces nevó en Buenos Aires, y esto no basta, evidentemente, para crear una tradición.
Pero nuestra ciudad tiene sus cosas ¿no? y no debemos protestar tanto contra el frío…¿Cuándo, si no en el invierno, podemos hacer dibujitos con el dedo en el empañado vidrio de un bar?