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#160 • Diciembre 2019 Año X Grandes Casas Idiosincrasia Italianizante Urbanismo

Guatemala 4250

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Esta casa de departamentos significó, en su momento, la llegada de la modernidad al barrio de Palermo. Al mencionar Palermo, es inevitable pensar en la familia Borges, que para escándalo de sus relaciones, se había mudado a esta zona de extramuros, vecina al Maldonado, y que nadie nombraba por su nombre. Se prefería decir, simplemente, que se vivía “lejos”. Porque era un barrio que se estaba formando, generoso en extensos baldíos con cercos de tuna, más calles de tierra que empedradas, quintas de verdura, casi un deslinde entre la ciudad y un territorio incierto que la gente “decente” prefería evitar.

Sin embargo, en el núcleo inicial de ese avance ciudadano, en esa zona que podríamos situar entre Scalabrini Ortiz (entonces calle del Ministro Inglés) y la hoy Borges, entonces Serrano en su totalidad, iban surgiendo, aquí y allá chalets ingleses y muy dignas residencias.

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Muchas de ellas, afortunadamente perduran todavía, y otras han sido suplantadas por casas de departamentos utilitarios, por caracterizarlos de alguna manera.

Lo destacable de este edificio de renta, para usar terminología adecuada, es que en vez de haber levantado sus muros sobre la línea de edificación de la vereda (sí lo están los departamentos de los extremos que cuentan con entrada a la calle), se construyó sobre el perímetro del terreno, dejando ese gran espacio central, ese maravilloso patio que da aire y luz a las ventanas y balcones de la planta baja y los dos pisos que lo componen.

En él, hay tupidos macizos verdes, algún árbol, y sobre todo, dos viejas palmeras, sin duda contemporáneas de la casa, que ya han sobrepasado la altura de los techos.

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Una discreta reja con dos ecuánimes puertas, una para cada ala de la propiedad, separa el jardín de la vereda permitiendo al que pasa contemplar ese escondido oasis.

El estilo es italianizante, de hecho nos recuerda a muchas casas de Roma, la altura de los pisos, las uniformes celosías, los balcones con sus impecables ménsulas, y simétricos apliques de ladrillo colorado que decoran con elegante sencillez los claros muros.

Por lo demás, la casa tiene el encanto de lo decadente, de lo que fue. Nadie en el mundo construirá jamás algo así.

Arriesgamos: los ocupantes primeros seguramente provenían de casas, de casas particulares, no de edificios colectivos, y es de suponer que no les resultaría del todo cómodo este asunto de vivir en una casa de departamentos.

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Y algo más, y ya en tren de suponer, suponemos que quizás para algunos mudarse a una casa colectiva era una innovación, pero también, paralelamente, una cierta declinación de clase. Como quiera que haya sido, no era para presumir.

Hoy, más de cien años después, los habitantes actuales bien pueden hacerlo. Porque el acierto de los constructores Ferri , cuyos nombres, aunque con dificultad todavía pueden leerse sobre la fachada, es haber logrado con su feliz distribución de los espacios libres, ese tono recoleto y familiar, de una intimidad muy parecida a la de una casa, para el disfrute de tantas generaciones que vivieron allí y de las que, Dios permita, seguirán viviendo.

A propósito: Suponemos que esta residencia debe contar con algún tipo de protección institucional. ¿Alguien lo sabe?

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