Desde una esquina
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No hay una lucha entre el pasado y el futuro. El desvencijado ámbito de Tucumán y Esmeralda, una esquina cualquiera del centro de nuestra ciudad, nos ofrece sólo el esplendor melancólico de lo que, pese a todo, subsiste, en contraste con la realidad bestial de lo cotidiano.
No es un fotomontaje. ¿Es posible que alguien se haya llevado semejante tapa de hierro de vaya a saber que servicio público? ¿Es posible que, luego de la obvia constatación del hecho, pasen meses y meses con semejante hueco en plena vía pública sin que nadie lo reponga? Claro que es posible, porque todo aquí es posible.
Manos anónimas intentan cubrir, aunque sea parcialmente, el hueco, poniendo maderas, o escombros, o lo que sea procurando nivelar algo el -ni sabemos si llamarlo pozo, agujero o trampa para ciclistas y peatones-.
Si la incuria es de alguna empresa pública que, según se dice, al depender del gobierno nacional, no mueve un dedo en defensa de quienes vivimos en esta ciudad, procurando que las culpas caigan en el gobierno opositor, es un índice que nos indica hasta donde se puede llegar en el ámbito de las “confrontaciones “ideológicas”. Si así fuera, el gobierno de la ciudad es responsable por no denunciar abiertamente estos hechos, y señalar al culpable concreto en cada caso.
Quienes caminamos como podemos entre escombros, pozos, restos de metal que sobresalen arteramente, baldosas flojas y/o rotas, tratando de sortear obstáculos, no sabemos de quien es la culpa.
Sólo sabemos que cumplir cualquier diligencia céntrica equivale a jugarse la vida, literalmente, a cada paso, ya que un tropezón supone el riesgo de caer bajo las ruedas de los ómnibus que pasan como exhalaciones a milímetros de quienes, por desgracia, deben transitar por allí. No ignoramos que estas quejas no son más que ladrar a la luna. Del otro lado no hay nadie.
Pero en esta misma esquina, nos consuela mirar la ubicada en el ángulo sur-oeste. ¿Cómo hace casi un siglo podían emprenderse estas fabulosas construcciones (de propiedad privada) de edificios que no eran solamente máquinas de vivir, sino que ofrecían en la gracia de su diseño, en las combinaciones de sus distintos planos (como las ciudades sobre la ladera de una montaña), todo un ámbito abierto a la fantasía y a la contemplación?
Este coloso de otrora, sin duda uno de los primeros rascacielos porteños, antecesor del Barolo, sigue ofreciendo a quien tenga capacidad de observación, todo un mundo de detalles puntillosos, de monumentales y deliciosas minucias de ámbitos inefables de cielos y flores enmarcados en las estrechas paralelas de una calle céntrica.
Por si esto fuera poco, el hall de entrada nos ofrece una antigua galería, de locales con marquesinas de bronce y cristal. En rigor, deberíamos hablar de un hall en L, ya que la planta baja tiene dos entradas: una sobre Esmeralda y la otra sobre Tucumán.