De remates (segunda parte)
Compartir
Ramos Oromí fue, durante muchos años, una de las clásicas casas de remate de Buenos Aires. Estaba en Libertad, entre Marcelo T. de Alvear y Santa Fe, donde hoy se levanta uno de los innumerables hoteles surgidos en los últimos tiempos.
En su inmenso salón, replicado en un subsuelo, podía encontrarse, literalmente, de todo, y a sus remates concurría cantidad de gente, además de los interesados, porque era casi como un programa para quienes no tenían otra cosa que hacer, observar las incidencias y la actuación del martillero, que con sus frases de práctica y comentarios oportunos, se revestía ante los ojos del público de un prestigio lindante con lo teatral.
Una de esas tantas noches, generalmente rematada -valga el término- con un café en La París, llegó un matrimonio. Iban dispuestos a comprar una cómoda que, imaginaban, no iba a salir muy cara. En rigor, el marido le había prometido a su mujer regalársela para su cumpleaños.
El remate pasaba de lote en lote, y parecía no llegar nunca el turno de la dichosa cómoda. Un poco aburrido, el hombre se separa y caminando entre la gente, se pierde de vista entre inmensos aparadores y roperos. La mujer queda sola, cuando siente que, finalmente, sacan a remate su anhelado mueble. Busca con la vista a su marido. No lo encuentra.
Nadie ofertaba, y la mujer, inexperta en estas lides, sacando fuerzas de flaqueza, levanta la mano, pensando que la compraría por la base. Alguien, desde alguna parte, oferta un poco más. La mirada del martillero la interroga. Vuelve a levantar la mano. El ignoto contrincante, a su turno, también oferta.
Algo molesta, insiste, ya con un poco de rabia, y automáticamente su enemigo sube la apuesta. Así varias veces, hasta que la señora, luchando entre su amor propio y la angustia de estar manejando cifras que jamás hubiera pensado pagar por la cómoda, se declara vencida. La cómoda es adjudicada a su rival.
Muy contrariada, se asoma a la puerta, suponiendo que el marido había salido a tomar aire. No estaba. Se mezcla nuevamente entre el público, hasta que, finalmente, lo ve venir, abriéndose paso entre la gente.
-¿Dónde te habías metido? -le pregunta.
El, sonriente, le da un beso y le dice: ¡Querida, te compré la cómoda!.
Este caso, con ligeras variantes, se ha repetido, se repite y se repetirá muchas veces. Insólitamente, también sucede cuando los confundidos y ansiosos interesados están uno al lado del otro, lo que motiva la clásica pregunta del martillero: “¿Perdón, Vds. están juntos?”, para evitar que paguen de más sin necesidad.
Esto es porque podría suceder, inversamente, que dos personas que están sentadas juntas, y dan muestras de amistad, pujen individualmente por un mismo lote, sin que por eso la amistad se rompa.
La aclaración, también frase clásica de los remates: ”Si, señor, estoy por usted…” está dirigida a quienes, temerosos de perder lo que vinieron a comprar, aumentan innecesariamente su propia oferta.
La pregunta final. ¿Alguien podrá aclararnos por qué a las personas algo raras se la calificaba como “locos de remate”?
—
Fotografías realizadas en “Casa Breuer Moreno” y “La Maja”