Jardín Japonés
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El padre de familia que concurra con sus niños al Jardín Japonés de Palermo, puede tener la absoluta seguridad que no deberá enfrentarse a ningún jabalí.
Le garantiza esta tranquilidad el isócrono funcionamiento de un Shishiodoshi (Ahuyenta Jabalíes en castellano) cuya eficacia puede comprobarse por el irrefutable hecho que los jabalíes más cercanos son los alojados en el Jardín Zoológico de Plaza Italia.
Este artefacto consiste en una caña de bambú, por la cual fluye una corriente de agua que acciona rítmicamente un contrapeso, provocando un ruido seco que indudablemente alarma y aleja a los jabalíes de las inmediaciones.
Si bien la sola contemplación silenciosa de este maravilloso ingenio justificaría el traslado hasta Avenida Casares y Berro, aclaramos que es apenas un detalle casi perdido en el universo de agua, bambú, piedra y madera que nos propone este reposado jardín. El visitante, luego de atravesar el Buke Mon o Pórtico de los Guerreros Feudales, contemplará en su paseo una serie de paisajes y elementos que unen a su intrínseca belleza profundos simbolismos enraizados a las distintas épocas históricas del Japón.
Así, por caso, el damero (höyöden). Del encantador libro de Oscar De Masi “El Jardín Japonés de Buenos Aires” tomamos su explicación: “Uno de los más característicos formalismos abstractos en la ornamentación japonesa. Simboliza, en su intermitencia de césped verde y baldosas blancas, el follaje del pino penetrado por el aire y la visión del cielo. Fue adoptado como regla paisajística en la era Momoyama, acentuando el componente visual por sobre los elementos utilitarios de la composición”
Podremos ver diseminadas las linternas de piedra ( kasuga törö, kodemari) de variados tamaños, clásicas de los jardines japoneses, que provienen de la misma era de los dameros. La mayor fue donada a nuestro país al cumplirse el sesquicentenario de la Revolución de Mayo.
Por supuesto que el centro de este complejo es el lago artificial con su Isla de los Dioses y los Tesoros, y su cascada, que simboliza, en la pedagogía budista, el fluir de la vida. En el lago hay también siete grandes piedras que sobresalen, representando a los navíos que pasan la noche, esperando ingresar al puerto, y dos islotes: de las Grullas y de las Tortugas, como símbolo de longevidad.
Famosamente, las carpas que asoman sus ojos saltones y sus labios casi humanos reclamando alimento a los paseantes, no son menos longevas. Recordamos la novela de Aldous Huxley, “Viejo muere el cisne”, en la que se intenta mediante experimentos extraer el secreto de la longevidad de estos peces.
¿Cómo no hablar de la Campana de la Paz? Es una de las dieciséis existentes en el mundo, que suenan al unísono una sola vez en el año: el tercer martes de septiembre, en conmemoración del Día Internacional de la Paz. Fue donada a la Argentina, por la Asociación de la Campana de la Paz Mundial, al cumplirse el 1er. Centenario del Tratado de Amistad Argentino-Japonesa.
No es fácil describir el ambiente, la atmósfera que se vive y se respira en este casi irreal trasplante de un rincón de Oriente a metros de la Avenida Figueroa Alcorta, que se complementa con una espléndida confitería-restaurant con delicadas muestras de la cocina japonesa.
El Jardín Japonés fue inaugurado el 17 de mayo de 1967, y la ceremonia que contó con la presencia de autoridades locales, fue presidida por el entonces Principe Heredero del Japón, y su esposa, la Princesa Michiko.En 1997, treinta años después, los Príncipes, ya en el trono del Japón, repitieron la visita, y volvieron a visitar el Jardín que entonces inauguraron.
Deseamos que en el 2027, cuando se cumplan otros treinta años, el Emperador de Japón y su esposa, vuelvan a Buenos Aires a renovar los vínculos de amistad con nuestro país, y a comprobar que aquel Jardín Japonés que inauguraron sesenta años atrás se sigue manteniendo con el esplendor de siempre.