El Coronel Chavango
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Entre Ugarteche y Plaza Italia se extendía un añoso boulevard de frondosas tipas, delimitado por las vías de los tranvías que traqueteaban yendo y viniendo por Las Heras. Algunos llegaban hasta Puente Saavedra, y no faltaban señoras que, como programa dominguero, llevaban a los chicos a dar una vuelta “en tranway”, cómodamente instaladas en los esterillados asientos.
El boulevard desapareció hace muchos años, para dar lugar al tránsito siempre creciente de autos y colectivos. Y las vías fueron acercadas, ocupando el lugar que antes ocupaban los árboles y los refugios. Todavía están, sobreviviendo a los arreglos y repavimentaciones periódicas. Se dice-¿será cierto?- que cuesta más sacarlas que lo que se obtendría por su venta.
La avenida que lleva el nombre del ilustre general, héroe de la Independencia Juan Gregorio de Las Heras tuvo varios nombres. El anterior y más famoso era Chavango.
Antes del 900, durante la intendencia de Torcuato de Alvear, se decidió cambiar esta denominación por la actual. Cuando esto sucedió, a la redacción de un antiguo matutino porteño llegó una indignada carta de protesta firmada por la viuda y las hijas del coronel Chavango, heroico guerrero de cien batallas, cuya memoria era mancillada por esta súbita e inconsulta degradación de la nomenclatura callejera.
Presurosamente se dio a conocer esta nota a las autoridades, que hurgaron con ahinco en archivos y legajos, tratando de dar con la foja de servicios del indómito Chavango, a quien nadie parecía haber conocido. Se buscó a la familia. Nada. Al fin la verdad se impuso: no existía ni había existido el famoso coronel Chavango. Era una broma, seguramente de muchachos haraganes de aquellas felices épocas en que eran posibles estos divertidos sucesos.
Tampoco, hasta el día de hoy, se pudo establecer que significa esta palabra, tan parecida al charango norteño, ni de quien surgió la iniciativa de llamar así a esta avenida.
En ella, y en la plaza existente entre Coronel Diaz y Julián Alvarez levantaba sus muros el apócrifo castillo de la tétrica Penitenciaría Nacional, y a su vera, la región (¿o barrio?) conocida como Tierra del Fuego. Predilección de Borges, que la recuerda:
Palermo era más bajo. El amarillo
Paredón de la cárcel dominaba
Arrabal y barrial. Por esa brava
Región anduvo el sórdido cuchillo.
Aunque en todo su recorrido mantiene la denominación de avenida, Las Heras nace como calle en la plaza Vicente López, y mantiene una sola mano hasta Callao, donde se transforma en avenida auténtica.
Pero estas dos primeras cuadras tienen mucho más encanto que las siguientes. Hay en ellas edificios señoriales, entre los que no falta el Segundo Premio de la Municipalidad de 1922 otorgado a la mansión ubicada en el 1725, aparentemente y por desgracia en trance de sucumbir por el estado de abandono en que se encuentra; en el 1749 el palacete del arquitecto Carlos Nordmann en el que hoy funciona la Escuela Nacional de Bellas Artes “Pridiliano Pueyrredón”, y el notorio exponente del art-decó en el 1681, que, aún sin firma, podríamos adjudicar seguramente a Alejandro Virasoro.
Luego se transforma, y se sumerge en un tráfago de ruidos, y exasperados bocinazos de ululantes colectivos, enmarcados en el monótono y mustio paisaje de casas de departamentos sin estilo ni gracia que se impuso a partir de la década del 50. Pajareras humanas.
Otras singularidades tiene Las Heras. Por ejemplo separar el Botánico del Zoológico, y albergar, más para este lado, la apócrifa catedral gótica que fue en un tiempo la Facultad de Derecho (actual de Ingeniería), y hoy predilección de turistas que sacan fotos a sus inconclusas torres medievales.