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#04 • Febrero 2010 Año I Arquitectura Edificios Fundadores Patrimonio

Actores

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Imbuidos en sus problemas y preocupaciones, indiferentes al paisaje urbano, los transeúntes circulan apurados, tratando de eludir a quienes vienen en sentido contrario, y llegar lo antes posible a sus respectivos destinos.

Pero afortunadamente quedan todavía los contempladores, los que miran hacia arriba, deleitándose en balcones, rejas y cariátides que permanecen como testimonios silenciosos de la magnífica arquitectura de nuestra ciudad.

Para quienes transiten por Alsina, entre Solís y Entre Ríos, es imprescindible circular por la vereda de los impares, y detenerse a contemplar la residencia ubicada en el 1672. Verán un edificio de tres plantas que puede inscribirse en la escuela “Beaux Arts”, primorosamente ornamentado en su fachada, en la que sobresale el imponente balcón del primer piso.

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Este admirable frente bastaría por si mismo para justificar todo el tiempo que se emplee en su contemplación, pero si llevamos la vista hasta la terraza, se producirá el milagro. De su mismo centro, como surgida de una novela de Julio Verne, emerge una torre de 54 metros de altura, como un fantástico Faro del Fin del Mundo transportado mágicamente a una azotea porteña.

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Superado el estupor, surge la explicación al inverosímil descubrimiento, hoy encerrado y oculto por los edificios linderos a las miradas profanas.

El edificio, diseñado por el arquitecto Alejandro Christophersen conjuntamente con su colega Carlos Dassen, fue concebido y finalizado en 1914, en un terreno de 7,70 m de frente por 56 de fondo, como una residencia particular de tres plantas con un local comercial en la planta baja, que fuera destinado inicialmente a agencia de venta de automóviles.

La torre, que en aquellos años sobresaldría notoriamente sobre las bajas construcciones del barrio de Montserrat, fue concebida como mirador hacia el río, y fundamentalmente, y aunque cueste creerlo, como observatorio astronómico particular. Pero cual fuere que haya sido el propósito de su construcción, no deja de ser sorprendente, y el verla nos depara un sentimiento inexplicable de sensaciones encontradas. Nos imaginamos en el Buenos Aires de 1914 contemplando una tormenta eléctrica desde esa desmesurada altura, o quizás oteando con un catalejo marino la llegada o salida de los barcos del puerto.

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La estupenda residencia fue teniendo diversos destinos a lo largo de sus casi cien años de existencia, hasta convertirse en sede de la Asociación Argentina de Actores.

Su autor, Alejandro Christophersen fue uno de los principales arquitectos de Buenos Aires en las tres primeras décadas del siglo XX. Noruego, nacido accidentalmente en Madrid en 1866, en donde su padre se desempeñaba como diplomático ante la Corte de España, fue autor de múltiples y reconocibles obras en nuestra ciudad, entre las que podríamos mencionar la actual Cancillería, por entonces Palacio Anchorena. Su autoría, al día de hoy, se destaca y se reconoce como valor agregado en el mercado inmobiliario, bastando señalar que un edificio es diseño de Christophersen para establecer un índice de calidad difícilmente superable.

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Alejandro Christophersen también brilló en la vida social y artística de Buenos Aires, ya que entre sus aficiones se contaba la de la pintura, destacándose especialmente en el retrato y en la acuarela. Fue un auténtico gran señor de aquella época, de noble porte, enorme cultura, y llamativa distinción personal. Falleció en nuestra ciudad, a la que tanto contribuyó a embellecer, en 1946.

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