Borges detestaba con entusiasmo al “art-nouveau” (“la siniestra edificación brotaba como una hinchada flor hasta de los barriales”), y también, para ser ecuánime, al “art-decó”. Las primeras obras de este estilo, a finales de los 20, “hechas con pretensión de belleza”, fueron fulminadas como “los reticentes cajoncitos de Virasoro, que para no delatar el íntimo mal gusto, se esconde en la pelada abstención”.
Sin embargo, creemos que más que al “art-decó”, la “pelada abstención” -suponemos de ornamentaciones y elementos decorativos- debiera ser adjudicada al racionalismo, que en nuestras latitudes sucedió al “art-decó”, a pesar de ser contemporáneos.
La desalentadora opinión de JLB era compartida por un vasto sector de público, apegado a las tradiciones arquitectónicas urbanas, y cauteloso ante todo intento de cambio.
Digamos, a todo esto, que el Virasoro maltratado por Borges, era el arquitecto Alejandro Virasoro (1892-1978), a quien se considera como el primer profesional de nuestro país en llevar a la práctica las nuevas tendencias que alentaron la Exposición de Artes Decorativas e Industriales Modernas, celebrada en París en 1925.
Por supuesto, el Art-Decó no surgió allí, estos movimientos son dinámicos, y no obedecen a la inspiración simultánea de un grupo de creadores. Lo cierto es que Virasoro, (ver nuestra nota sobre Casa del Teatro, también obra suya) integrándose a estas nuevas formas expresivas, decide construir su residencia particular en la calle Agüero 2038, y otra más pequeña en un lote contiguo, 2024.
Se trata, creemos, de la primera casa art-decó particular importante, ya que por cierto lo es, de Buenos Aires. Tiene tres plantas, la última casi invisible desde la calle, con áreas perfectamente delimitadas, planta baja recepción, primer nivel dormitorios y en el segundo, estudio.
Figura terminada en 1926, es decir, ha cumplido 90 años. Se levantó sobre un terreno elevado de 20 m de frente, lo que permitió construir un garaje semicubierto por el jardín, apartado del cuerpo principal, pero conectado por un pasaje subterráneo.
A la entrada de la residencia -un bow-window aterrazado que sobresale de la fachada lateral- se accede luego de recorrer una escalera que nace tras la puerta de rejas.
Vale la pena detenerse en el frente, y observar los detalles, las guardas decoradas, las esquinas estriadas simulando columnas, la armonía entre las seis ventanas de la planta baja y las del primer piso, en medio de las cuales emerge un balcón pentagonal que semeja, seguramente sin proponérselo, un púlpito de iglesia.
La casa contigua (llamada siempre “estudio”) en el 2024, forma un solo bloque estilístico con la principal. No podemos considerarla simplemente un “estudio”. Sus dimensiones y distribución, cuatro dormitorios, salas, baños, cocina y dependencias de servicio la ubican entre las tantas casas tipo petit-hotel que tiene este barrio.
Desde luego, sobresale entre sus congéneres por su particular diseño, un art-decó de inspiración oriental, que la asemeja a un pequeño templo. La entrada es un zaguán que conecta la vereda con la casa misma, y se corresponde con una edificación similar, pero ciega, adosada a la otra medianera. La reja de esta puerta, acentuando las características mencionadas, representa una pagoda estilizada. El frente es rematado por una visera sostenida por ménsulas escalonadas.
Hará unos veinte años estuvo a punto de ser demolida. Oportunas gestiones la salvaron, ya que tanto ella como su hermana mayor del 2038 fueron declaradas, en buena hora, Monumento Histórico Nacional.