Gerchunoff fue la figura más respetada del periodismo argentino de la primera mitad del siglo XX. Hombres de una cultura enciclopédica, como Borges y Mujica Lainez se espantaban ante la erudición inconcebible de este hombre que todo lo sabía.
Alberto Gerchunoff había nacido en la entonces ciudad de Proskurov, en la Ucrania que formaba parte del Imperio Ruso, el 1ro.de Enero de 1883. Su familia, huyendo de los pogroms de la Rusia Zarista, viaja a la Argentina gracias a los planes de colonización ideados por el Barón Hirsch junto con el gobierno argentino de entonces, presidido por Carlos Pellegrini. Estas colonizaciones, (previstas inicialmente en más de 3 millones de hectáreas en todo el país, sólo alcanzaron a algo más de 200.000), salvaron a miles de judíos de las matanzas sistemáticas tan comunes en la Europa del Este.
Se instalan primero en Moisés Ville, en Santa Fe, y luego, definitivamente, en Colonia Rajil, Entre Ríos. Allí Gerchunoff observa y comparte durante su infancia la vida labriega en campos vírgenes de cultivo, y de esa etapa formativa, extrae las imágenes y las semblanzas que proyectará en “Los Gauchos Judíos”, editado en 1910 como homenaje al Centenario de Mayo.
Este libro fue saludado con respeto por las voces más prestigiosas de ese entonces, incluso las del nacionalismo, como Martiniano Leguizamón y Ricardo Rojas, que vieron en sus páginas de gran belleza y noble factura literaria, la recreación de las estampas bíblicas trasladadas a nuestros agrestes parajes entrerrianos.
Como es sabido, este texto fue llevado al cine en 1974, con la dirección de Juan José Musid, y las actuaciones de China Zorrilla, Osvaldo Terranova y otros artistas.
Eran proverbiales la erudición y amenidad de su conversación, que sus colegas de “La Nación” consideraban un privilegio, y la rapidez fulminante de de su humor. Así fue que respondió a una señora que impertinentemente le preguntó si en verdad era judío: “Así es, señora…Puedo poner las pruebas en sus manos”.
La tragedia del pueblo judío en la Europa nazi lo desesperó.
No tuvo paz en toda la guerra mundial, escribiendo y colaborando en todas las formas posibles con la causa aliada.
Tan alejado se sintió entonces de toda amenidad mundana, que en junio de 1940 rechazó, amable pero firmemente, la oferta de la dirección de “La Nación” de hacerle un homenaje con motivo de los 30 años de la aparición de “Los Gauchos judíos”. Decía en su carta de respuesta: “Las circunstancias que vivimos veda a los hombres no destituidos de sentimientos humanos y que comprenden la magnitud de los peligros que acechan a la civilización, los halagos personales o las satisfacciones nacidas de la complacencia cordial”.
Finalizada la guerra, cuando en los cines porteños se exhibían las indecibles imágenes de los campos de concentración, escribió con amargura: “No me propongo verificar esos horrores registrados por los aparatos fotográficos, ni necesito asistir al desfile de espectros que se presentan para medir las profundidades de la bajeza nazi. Son las multitudes no judías las que tienen el deber de presenciar esas exhibiciones, penetrar lo que significan, estudiar las causas que condujeron a esa organización de la bestialidad, y averiguar en que grado contribuyeron o no con su antisemitismo activo o latente, con su indiferencia opaca o con su consentimiento tácito a esa prolija industria de la muerte judía”.
Además de su ejemplar labor periodística, Gerchunoff, o Gerchu como lo llamaban sus innumerables amigos, escribió cantidad de libros, entre los que podríamos mencionar “Entre Ríos, mi país”; “Los amores de Baruch Spinoza”, “La jofaina maravillosa” y “Enrique Heine, el poeta de nuestra intimidad”. Falleció en Buenos Aires, el 2 de marzo de 1950.