Arquitectura espontánea
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No se puede vivir rezongando contra nuestros gobiernos. Nobleza obliga, deberíamos reconocerles la persistente política de “laissez faire” que ha incentivado el desarrollo de la imaginación y la creatividad de sus contribuyentes.
Es así que desde hace años vivimos en un agobiante paisaje urbano, un rompecabezas de afiches, carteles, graffitis y colorinches marquesinas generado y mantenido en una creativa anomia por sus propios habitantes. A próposito: ¿adónde habrán ido a parar las inigualablemente nostálgicas marquesinas con luces de neón?
También somos diarios espectadores del penoso “trash-art” realizado con los desperdicios de la ciudad, que ambientan las calles al caer la noche y tienden a desaparecen por la mañana (y se convirtió en parte de la identidad de Buenos Aires).
Pero tal vez el más refinado y original emergente de nuestra creatividad colectiva es el que busca resguardar la flora porteña, que, a los efectos de esta nota, proponemos denominar “arquitectura espontánea”. Nos referimos a las pequeñas construcciones de distintas calidades, dimensiones y estilos, que rodean árboles, arbustos y arbolitos de la vía pública.
Conforman un conjunto estilístico netamente ecléctico como resultado de la suma de los espontáneos raptos de inspiración de sus constructores.
Fácilmente podríamos imaginar el diálogo entre los autores intelectuales de estas anónimas obras civiles:
-Hagámosla de hierro, como las que hay en Europa, y de paso nos ahorramos unos pesos porque tengo un herrero conocido que nos hace precio.
-Bueno, pero que la pinte de negro con las bolitas doradas, como las que aparecen en la película de Anthony Hopkins, la del mayordomo.
Es así que estos ¿cercos arbóreos? pueden ser construidos en hierro, ladrillos, baldosas, cemento, plástico, o combinando los diferentes materiales a gusto y piacere del proyectista.
En ocasiones los diseñadores buscan camuflar la presencia del “cerco” asimilándolos a los solados; otros modelos intentan emular los elegantes estilos de los edificios adyacentes; pero en su mayoría pretender proteger los árboles del orín de los territorialistas perros que caminan las calles, por lo cual el diseño juega un papel secundario. De más está decir que encontrar dos “cercos” idénticos consecutivos resultó una tarea complicada. Hay cercos con reminiscencias beaux-arts, algunos victorianos, también los hay “modernos”, aunque la mayoría busca que cumplan su función de la manera más económica posible.
Nuestra original arquitectura espontánea es una consecuencia más de las caóticas normativas (o falta de) legisladas por los gobiernos de Buenos Aires, deficientes, por acción y omisión, en el tratamiento de los diversos incordios que hemos ido abordando en FXBA.
Decía Jorge Luis Borges en “Nuestro pobre individualismo” que -justificadamente o no- “el argentino es un individuo, no un ciudadano” y probablemente, desde ésa condición, intenta resolver sus problemas, con los resultados poco satisfactorios que también podemos ver en nuestras veredas.
Como no queremos únicamente señalar el problema, proponemos para nuestra ciudad la sencilla, bella, funcional, elegante y aparentemente duradera solución que adoptó la ciudad de París hace ya muchísimos años, y que puede verse en la foto a continuación:
Como lucecita de esperanza, en nuestro relevamiento fotográfico encontramos una honrosa excepción de arquitectura espontánea, similar al estilo al de nuestra propuesta.