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#105 • Mayo 2015 Año VI Fundadores Historia

Arturo Toscanini

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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Leemos que se va a vender el Plaza Hotel, y la nota periodística destaca que allí se alojó Arturo Toscanini. Esta melancólica noticia nos genera una duda: ¿Sabrán las generaciones jóvenes quién fue Toscanini y que relación tuvo con Buenos Aires?

Tal vez su nombre inmensamente famoso resonará hoy como una combinación de sílabas vagamente familiares, sonidos sin ecos en la nebulosa de la casi memoria, desprovistos de significación cierta y sin rostro que los identifique.

Y sin embargo, Arturo Toscanini fue durante décadas, desde sus inicios hasta su muerte, el director de orquesta más famoso del mundo y sus registros discográficos figuran entre las más excelsas interpretaciones del siglo XX. Su vinculación con Buenos Aires y con músicos e intérpretes argentinos fue extensa, afectuosa y permanente, como ya veremos.

Repasemos los datos de su amistad con nuestra ciudad y las memorables actuaciones que cumpliera en Buenos Aires, y -acotamos- no solamente en el Teatro Colón.

Toscanini, que había nacido en 1867 en Parma, Italia, tuvo un curioso inicio en la profesión que llenaría de fama su nombre en todo el mundo. El 30 de junio de 1886, Toscanini se encontraba actuando como violoncelista en la orquesta que, dirigida por el maestro Leopoldo Míguez, se aprestaba a debutar en el teatro “Don Pedro II”, de Río de Janeiro.

El público desaprobó ruidosamente esta actuación. Tanto fue así que debió suspenderse. Esto provocó la inmediata renuncia de su director, que fue reemplazado en el acto por el maestro Superti. Este nuevo intento fue también rechazado escandalosamente, hasta que tomó la batuta, casi porque no había otro que lo hiciera, el violoncelista Toscanini, de tan sólo 19 años, y se impuso al belicoso y malhumorado público, iniciando así, sin imaginarlo, lo que sería una carrera extensísima de más de sesenta años en la música. De retorno en Europa actuó en los principales teatros del continente, acrecentando una fama que se volvería legendaria en pocos años.

Llega a Buenos Aires por primera vez en 1901, repitiendo su visita en 1903, 1904 y 1906, presentándose en el viejo teatro Opera (situado en el mismo solar que hoy ocupa el cine del mismo nombre), dirigiendo temporadas líricas con las principales voces de la época, y obteniendo éxitos clamorosos de enorme repercusión en el público porteño.

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Un dramático suceso familiar, sin embargo, lo vinculará aún más a nuestra ciudad. En esta temporada de 1906, exactamente el 10 de junio, muere de difteria su hijo Giorgio, de apenas seis años. Es enterrado en el cementerio de la Recoleta, y posteriormente sus restos fueron trasladados a Milán. Esta enorme tragedia no impidió que Toscanini, tras un breve lapso de dos días y sobreponiéndose a su dolor, cumpliera con la extensísima programación establecida de quince títulos.

Un gran escándalo se suscitó durante una de las presentaciones de ese año. Era sabido que el maestro era intransigente en conceder “bis”, que tan displicentemente otros directores otorgaban a la menor insinuación del público. Tan era así, que en Italia había llegado a renunciar a proseguir con sus funciones en la Scala, antes que transigir en este punto. Consideraba, razonablemente, que las repeticiones de arias o fragmentos de las óperas alteraban el desarrollo lógico de la obra, perturbando el normal desenvolvimiento previsto.

Fue asi que en una de las funciones en el Opera el público reclamó un bis al barítono Ricardo Stracciori, del aria “Di Provenza, il mar, il suol” de Traviata. Toscanini, imperturbable, prosiguió dirigiendo, e ignorando los reclamos, que se hacían cada vez más tumultuosos. El maestro, fastidiado ante la impertinencia del público, arrojó con vehemencia la batuta al suelo, en tanto que la gente insistía con su gritería infernal. Culminando esta escena, Toscanini, encarando al público, hace un gesto con los brazos, en medio del tumulto: un vulgar, simple y contundente corte de manga, y se retira, hecho una furia, en medio de la rechifla. La ópera terminó, como se pudo, bajo la dirección del maestro Busini.

Toscanini exigió la rescisión del contrato, en tanto que muchos de los presentes, considerando que habían sufrido un agravio intolerable, reclamaban una disculpa pública. La prensa, desde luego, se encargó de meter más presión, pero, finalmente, la sangre no llegó al río. Afortunadamente se firmó la paz, y el maestro volvió a dirigir de acuerdo a lo convenido, pero, previamente se colocaron carteles advirtiendo al público que estaban absolutamente prohibidas las repeticiones.

Toscanini vuelve a Buenos Aires en 1912, pero ya para actuar en el teatro Colón. La crítica y el público se hacen eco de sus triunfos, y también, de las mil anécdotas que circulan sobre su rigurosidad y la exigencia extrema de sus ensayos. Se sabe, por ejemplo, que no utiliza partituras en sus conciertos, ya que, increíblemente, tiene todo en su cabeza, nota por nota.

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Sus relaciones personales son numerosas, claro está, entre sus pares, la gente del ambiente musical. Es así como tiene una afectuosa relación con el maestro Alberto Williams, interpretando algunas de sus composiciones, como así también de otros prestigiosos músicos nuestros, como Julián Aguirre, Héctor Panizza y Ernesto Drangosch.


Alberto Williams

Elogió sin reticencias las interpretaciones de artistas locales, tal el caso notable de Roque Spátola, primer clarinete del Colón.

Ferruccio Calusio, maestro argentino, fue su director asistente y casi su “alter ego”. A instancias de Toscanini, dirigió espectáculos en muchas salas del mundo, incluida La Scala de Milán.

¿Y cómo no mencionar a Juan José Castro, a quien ofrece en Nueva York la dirección de su orquesta en 1940?

Cabe recordar, a propósito de esto que Toscanini ejerció la dirección de la Orquesta Filarmónica de Nueva York entre 1926 y 1937, año en que asume el compromiso que ejecutará hasta su retiro, en 1953: la dirección de la Sinfónica de la NBC.

Enfrentado al fascismo y al nazismo, abandona Europa definitivamente, a la que no regresará hasta la derrota de estos nefastos regímenes.

Otro notable artista argentino, el violinista Remo Bolognini es escuchado por el maestro mientras daba conciertos como solista en Europa, y tras incorporarlo a su orquesta, se constituye en uno de sus elementos principales.

Lo curioso es que antes de ser solista había actuado en Buenos Aires en ambientes de tango. De hecho, integró la orquesta de Osvaldo Fresedo. En Nueva York, además de las actuaciones en la sinfónica, Bolognini se sumó a la orquesta que formó el músico argentino Terig Tucci para acompañar a Carlos Gardel, su amigo de Buenos Aires, en las grabaciones que este realizara para la RCA Víctor en esa ciudad.

A propósito de nuestro cantor, Toscanini declaró en una entrevista que los únicos cantores populares a los que nunca había oído desafinar, eran, precisamente, Carlos Gardel y Bing Crosby.

Toscanini volvió en 1940 a Buenos Aires, suscitando una expectativa inmensa en el mundo musical. Ovacionado en sus actuaciones, esta vez concedió, no un bis, pero sí una extensión del programa establecido, al dirigir como invalorable regalo el Preludio de “Los maestros cantores”.

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Vuelve en 1941, para dirigir la orquesta del Teatro Colón, cerrando sus actuaciones con la Novena Sinfonía de Beethoven el preludio de “Parsifal” de Wagner, y el viaje de Sigfrido por el Rhin de “El ocaso de los Dioses”.

Años después, Julio C. Viale Paz recordaba así esta función: “Cuando al final del último concierto, las interminables ovaciones del público lo obligaron a presentarse varias veces en el escenario y Toscanini agradeció con una leve sonrisa las demostraciones, yo percibí en su rostro -o acaso lo imaginé- esa tenue melancolía, ese esbozo de tristeza de quien se sabe ya ungido por la inmortalidad”.

Toscanini sabía seguramente, al despedirse de sus amigos de Buenos Aires, que esta vez era para siempre, y sin duda, al partir, habrá recordado una vez más la muerte de su querido hijo Giorgio tantos años atrás.

En 1945, retorna a Milán, donde es recibido memorablemente, a dirigir la Orquesta de La Scala. Tampoco volverá en vida. Fallece en Nueva York en 1957, y sus restos descansan hoy en Milán.

Jorge D´Urbano, el gran crítico musical, señaló acertadamente como uno de los máximos secretos de la dirección orquestal, aquello que Toscanini poseía en grado sumo: No dejar nunca nada de lo que se pueda obtener, no intentar nunca nada de lo que sea imposible lograr.

A poco de su fallecimiento, ante una multitud que se congregó para rendir homenaje al maestro, la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, impuso su nombre a la plazoleta de Viamonte y Libertad y la calle lateral al Teatro Colón.

Debemos añadir, para finalizar, que la calle lateral hoy no existe. Fue anexada a la plazoleta, y bajo su superficie se encuentran los inmensos espacios que requiere el funcionamiento del coliseo porteño: depósitos, salas de vestuaristas, restauraciones, sastrería, y, en fin, todos los oficios y artesanías inimaginables que contribuyen a hacer posible cada presentación.

Y la plazoleta misma ha sido modificada varias veces, en los últimos años, sobre todo como consecuencia de las obras que se requerían para el teatro. Hoy alberga pistas de skate, y una enorme pantalla para ofrecer espectáculos gratuitos a muchísima gente que se congrega a disfrutarlos. Como si estuviera en el mismísimo Teatro Colón.

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