Barrio Inglés
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El porqué de este nombre no tiene explicación unánime.
Algunos sostienen que en las primeras épocas vivían en sus casas altos empleados del Ferrocarril.
Sin embargo, un dato podría emplearse para contradecir este argumento.
Y es que estas casas fueron financiadas por el ya desaparecido Banco El Hogar Argentino, y todas las casas y departamentos que los ferrocarriles -entonces ingleses- construyeron para su personal, tanto en Buenos Aires como en muchos puntos del país, fueron siempre solventados por la propia empresa, y diseñados por arquitectos ingleses que hacían casas similares, por no decir iguales, importando hasta los ladrillos de Inglaterra.
Estas residencias no responden en absoluto a estas características.
Son, por lo general, casas de planta baja y un piso superior, todas con la misma superficie de terreno y metros cubiertos, muchas con verja y jardincito a la calle, realizadas por varios arquitectos (Coni Molina, Bilbao La Vieja, Ferrari, Pedro Vinent, Eduardo Lanús) en distintos estilos, que van desde típicos chalets ingleses, hasta otras estilo vasco, Tudor, neoclásicas, Georgianas y eclécticas.
Entendemos que estas tierras fueron compradas por el Banco en los años 20 -quizás como loteo de alguna antigua quinta de las tantas famosas que había en Flores- luego parceladas, y vendidas con las casas ya construidas.
Una gran placa de bronce instalada en la calle Nicolás Videla recuerda el nombre de su homónimo funcionario del Banco, que debe de haber sido el gran propulsor de la empresa, llevada a cabo con tanta eficacia como buen gusto.
En muchas páginas que dan información sobre este barrio, se repite un dato curioso: se afirma que ninguna de sus casas posee garage porque a los funcionarios que allí vivían (supuestamente altos funcionarios del mítico Ferrocarril) los pasaban a buscar autos con chofer. Esta información nos resulta inverosímil de sólo calcular cuantos autos y choferes deberían ser empleados para estos hipotéticos y cómodos ejecutivos, aún estimando uno por cada dos casas.
Dejando cálculos aparte, la incontrastable realidad desmiente con fiereza esta teoría: cualquiera que recorra las apacibles calles recuadradas por Pedro Goyena, Emilio Mitre, Valle y Del Barco Centenera podrá comprobar que la gran mayoría de estas casas tienen, efectivamente, garage.
Zanjando así este enojoso asunto para alivio de futuros historiadores, no nos queda más que alegrarnos que en Buenos Aires existan estos impensados rincones, con jardines, calles adoquinadas, y una evidente e igualitaria calidad entre sus habitantes. Ninguna casa es más grande que otra, ninguna más lujosa, ninguna más pobre.