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#123 • Noviembre 2016 Año VII Barrios Grandes Casas Inglés Patrimonio

Beruti 3837

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff
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La calle Beruti se interrumpe en esta cuadra ante las verjas del Botánico, para continuar inesperadamente un par de cuadras después de la Rural, y morir definitivamente contra el terraplén del ferrocarril San Martín. Por los años que el ingeniero civil y arquitecto uruguayo (nacionalizado argentino) Arturo Prins inauguró este original -diríamos primoroso-edificio de renta, el ferrocarril San Martín era denominado “al Pacífico” dado que llegaba a Chile, y el Zoológico era conocido familiarmente como “las fieras”.

El Palermo de ese 1925 que don Arturo Prins hizo grabar junto a su nombre en el ángulo derecho de esta su obra, no era ya el Palermo mentado por JLB tantas veces, pero, sin duda, conservaba vestigios de antaño que duraron décadas, casi hasta nuestros días, podríamos afirmar con seguridad. Por ejemplo, hasta la década del 70, casi, por Avenida Libertador, entonces Alvear, estaba el tradicional “Guindado” a pocos metros de “las fieras” o el Zoo, donde la gente concurría a tomar algo en las mesitas del gran jardín delantero de la vieja casona que estaba al fondo.

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Un aparte: nunca sabremos por que estos establecimientos se llamaban “guindados”, licor a base de guindas que muchos certifican oriental -del Uruguay, claro-, cuando nada los diferenciaba, en definitiva, de cualquier confitería. Los clientes, nocturnos desde luego, no estaban obligados a consumir ese brebaje, y las preferencias tiraban más para el lado de la cerveza o el vino blanco helado. Así también en toda esa vasta franja que va desde Las Heras hasta Libertador, y desde República de la India hasta Coronel Díaz, digamos, abundaban los corralones que albergaban chatas y caballos, los almacenes con el infaltable anexo de despacho de bebidas, las carbonerías, que además vendían leña, ristras de ajo, y bolsas de papas y cebollas, y dignas casas de inquilinato (conventillos) que alternaban con excelentes residencias en democrática fraternidad.

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Es extraordinaria la idea de insertar en ese contexto barrial una casa de rentas -así se denominaban los edificios de departamentos antes de la ley de Propiedad Horizontal- con las características tan singulares de diseño que pueden verse en las fotos.

Esta residencia inglesa de líneas clásicas, desarrollada sobre un eje vertical que coincide con la puerta de rejas de la entrada, está dividida en mitades simétricas, llenas de detalles dignos de ser admirados por su exquisita terminación y buen gusto.

Vale la pena detenerse en los balcones, con las imponentes cabezas de las bases, las terminaciones cóncavas que dan movimiento al frente en la planta baja, y que decir del revestimiento de ladrillos de máquina del primer piso seguramente ingleses -de un colorido tan vivo e impactante que, aún hoy, llama la atención.

El edificio tiene un gran fondo, como que hay un gran patio interior y un segundo cuerpo, que puede verse a través de los vidrios de la puerta de entrada.

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Y sin embargo, al irreprochable diseño que tantas veces admiramos, podríamos hacerle, no digamos una crítica, pero sí una observación.

Por supuesto, es una cuestión de gusto. Conste que nos abstenemos de repetir la consabida tontera “sobre gustos no hay nada escrito”… ¡Por Dios! Hay miles, millones de libros escritos sobre gustos… Pero volvamos…

Si por intermedio de la máquina del tiempo hubiéramos conocido al ingeniero Prins al momento de dibujar estos magníficos planos, le hubiéramos sugerido llevar la línea de edificación un metro y medio atrás, colocar verjas y algunas plantas en esa angosta y ya imposible franja de pasto, para que las persianas del frente no abran sobre la vereda.

Además de dar algo de intimidad y seguridad a los inquilinos de esos lindísimos departamentos, si cabe, hubiera ganado en categoría. Perdón, don Arturo… es una opinión.

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