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#19 • Noviembre 2010 Año I Ecléctico Edificios Historia Neoclásico

Castelar Hotel

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Gloria Montanaro
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Suele hablarse habitualmente de la Peña del Tortoni, fundada por Quinquela Martín; y sus anécdotas de Alfonsina, Pirandello y Gardel se han relatado tantas veces que a todos se nos hace haber estado alguna noche en el famoso sótano.

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Mucho menos se menciona la peña que funcionó algunos años en el Hotel Castelar: Signo. Enigmático nombre, por cierto.

Era muy concurrida por gente famosa, que no lo era tanto en esos años, digamos, Oliverio Girondo y Norah Lange, Conrado Nalé Roxlo, Jorge Luis Borges, Raúl Soldi y tantos otros, como Federico García Lorca.

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El poeta andaluz había llegado el 14 de octubre de 1933 dispuesto a quedarse todo un mes, para asistir al estreno de sus “Bodas de sangre”, por Lola Membrives, en el teatro Avenida.
No fue el único gran acontecimiento teatral de Federico, en una estadía que se fue dilatando y dilatando, porque no quería irse. Y fue así que en nuestra ciudad también estrenó “La zapatera prodigiosa”, “Mariana Pineda”, y escribió gran parte de “Yerma”, cuyos dos primeros actos leyó más de una vez a grupos de amigos.

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Y en este Hotel Castelar de Avenida de Mayo 1052, en la habitación 704, del 7mo. piso se alojó. El hotel era nuevo, ya que se había inaugurado en 1929, con la presencia del Intendente de Buenos Aires, Dr. José María Cantilo, y con gran publicidad en la prensa. Todos sus cuartos contaban con baño privado, tenía refrigeración y el primer “spa”, que aún no se llamaban así, de la ciudad.
Los planos eran de Mario Palanti, el del Barolo, famoso por que cuando diseñaba un edificio, diseñaba todo, desde los ascensores hasta las manijas de las puertas.

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Como decíamos, Federico vino por un mes, y se quedó seis. Estaba encantado con la Avenida de Mayo, con la gente, con los artistas, con los amigos, aquí conoció a Neruda, por ese entonces cónsul o vice-cónsul de Chile, a Raúl y Enrique González Tuñón, a Borges, que nunca lo comprendió y decía que era “un andaluz profesional”, a Rojas Paz, a Girondo, a Victoria Ocampo, a Alfonsina Storni, en fin…Se quedó seis meses, y se fue, como dicen los franceses “ a contracoeur”, y sus amigos, en el puerto, lo despidieron llorando a lágrima viva, quizás presintiendo algo, tal vez que ya no se verían. Pero nadie imaginó siquiera que en un corto tiempo más, Federico sería fusilado por los franquistas en su Granada natal, “por rojo, por maricón y por poeta”.

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El diario “Crítica”, publicó una espléndida y dolorosa nota de Pablo Rojas Paz: “Yo no sé que decir de esta muerte. Pero ella ha llegado en medio de tanta muerte; su flor roja y negra ha brotado entre tantas flores de desgracia. Y el poeta, como un dios de su propio destino, con su mediodía brillante, ha entrado sonriente en la noche. Otros harán el elogio de su obra, pero yo hablo del amigo que conocí y del español que admiré”. Finalizaba con estas tremendas palabras: “Sombra y silencio sobre su tumba; sombra y silencio sobre España”.

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Su cuarto, el 704, ya no aloja pasajeros. Como estaba, está. Como están la puerta giratoria, el mármol italiano de los pisos y el picaporte donde alguna vez apoyó su mano. El Hotel Castelar de la Avenida de Mayo también es historia.

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