Si buscamos ochava en los diccionarios hallaremos una definición escueta: Octava parte de un todo.
Si la referimos a su aplicación edilicia, nos topamos con la palabra “chaflán”. La definición de esta última es: “Cara estrecha y larga que resulta de cortar la esquina que forma dos superficies planas en ángulos”. Parece tener poco que ver con las ochavas de nuestra ciudad, que por lo general no son estrechas, y más que largas, en la mayoría de los casos son bajas, pues sólo abarcan la planta inferior de los edificios en esquina.
No siempre existieron. Su aparición data de los tiempos de Rivadavia, que impuso esta norma edilicia, para evitar los encontronazos de las personas que, viniendo por calles transversales, se encontraban súbitamente en la esquina.
Estos golpes podrían llegar a ser graves, cuando se transportaban escaleras, o se topaban con las varas con las que algún vendedor ambulante cargaba al hombro su mercancía.
Estos pequeños o no tan pequeños accidentes solían tener después derivaciones más complicadas, ya que el que llevaba la peor parte en el choque solía reaccionar airadamente. Como todo el mundo llevaba bastón o armas, pueden inferirse los problemas y situaciones dramáticas que originaba la falta de esta civilizadora disposición.
La gente pudiente del Buenos Aires de antaño, y especialmente si era de noche, se hacía acompañar por un sirviente provisto de un farol que caminaba unos pasos delante para avizorar y alertar sobre la presencia de transeúntes en trance de choque, quizás como un anticipo de lo que luego fueron los guardabarreras.
Todas las construcciones fueron amoldándose a esta norma a partir de ese momento, pero no obstante esto, curiosamente subsisten algunas esquinas sin ochavas, y de edificios que de ninguna manera son anteriores a la ordenanza.
Próximamente, como decían los folletines por entregas, daremos a conocer algunas de incierta ubicación en nuestra memoria. Recibimos y agradeceremos de nuestros lectores datos que confirmen nuestros recuerdos.