Creemos que la última vez que se usó una carroza presidencial fue en 1966, cuando el Presidente de facto, general Juan Carlos Onganía, se presentó en ella en la ceremonia de inauguración de la Sociedad Rural en Palermo.
Tal vez se quiso dotar de cierto simbolismo a esta singular ocurrencia, ya que el vehículo no se usaba desde hace muchos años y, recordamos, sorprendió a más de uno. Era, por cierto, la misma carroza que había trasladado a la Infanta Isabel de España, durante los fastos del Primer Centenario de la Revolución de Mayo.
Los carruajes destinados a la Presidencia de la Nación tuvieron sus propias cocheras en el edificio de Leandro Alem 852, esquina Tres Sargentos, a partir de la segunda presidencia del general Roca.
Efectivamente, en 1899 el gobierno encargó esta especial construcción al arquitecto-ingeniero Emilio Agrelo (autor de las Galerías Pacífico), que no sólo estaría destinada a cocheras, sino también a contener boxes y picadero para los caballos, servicio de veterinaria, alojamiento para cocheros con sus correspondientes vestuarios, etc.
La obra fue inaugurada al año siguiente, y si bien los carruajes en general (ya que no todas eran carrozas) fueron utilizados ceremonialmente varias décadas más, su uso fue espaciándose a medida que fueron suplantados por los automóviles, más cómodos y prácticos.
Esto obligó a cambios sustanciales a medida que los espacios destinados a caballos y carruajes fueron cediendo terreno ante sus competidores mecánicos, y de a poco las anacrónicas cocheras devinieron en garaje y taller mecánico.
Y así hasta hace unos tres años, en que se decidió concesionar el decaído edificio para habilitarlo como polo gastronómico, tal como existen en tantos lugares del mundo, famosamente en Barcelona.
Comenzaron las obras, se pusieron en valor las fachadas de ladrillos de máquina ingleses con junta tomada, y, al día de hoy, lucen exteriormente como en el esplendor de la belle-époque. Volverá a la vida como El Mercado de los Carruajes.
Contigua al nuevo Centro Gastronómico estación vemos la Sub-estación 233 de EDESUR (perdón por el tecnicismo) que antes perteneciera a la Compañía Italo Argentina de Electricidad.
Su aire de pequeño castillo medieval lombardo digno de Brancaleone es similar al de otras instalaciones que CIAE levantó altri-tempi en varios barrios de la ciudad, pero en este caso particular, nunca mejor ubicada, pues se hermana con riesgo de confundirse con las ahora renovadas cocheras. El caminante curioso y el peregrino observador podrán gozar de un detalle que, como sucede con los detalles, pasa desapercibido para el transeúnte abúlico y el paseante rutinario: el reloj de sol ubicado en la torre de la pacífica fortaleza.
¿Deberíamos hablar sobre el Covid-19 y hacer un capítulo La Pandemia y las Cocheras Presidenciales? No, nadie ignora que el retardo en la inauguración de las obras fue también consecuencia de la invisible peste, pero, pese a todo, se anuncia que muy pronto podremos concurrir a degustar (bah, comer!) delicadas exquisiteces amenizadas por reconfortantes bebidas en los por ahora imaginados espléndidos locales.
Y tal vez, entre el bullicio de las risas y las copas, algún sonido familiar nos suene como el fantasmal relincho de briosos caballos que en otros tiempos vivieron entre los venerables muros de las extintas cocheras presidenciales. Brindemos por ellos.