Poco a poco estamos volviendo a los tiempos felices: en un futuro no lejano podría haber un argentino en la Fórmula 1. Hemos escuchado ¿cuándo no? muchas críticas. Se dice que dada la disparidad entre las marcas dominantes y el resto, la actuación de nuestro popular Pechito López no pasará nunca de un segundo plano. También, que el Estado (vendríamos siendo nosotros) destine dos millones de dólares a este fin, con los problemas existentes, es insensato.
No hagamos caso de estas maledicencias. En primer lugar, seguramente el joven López, como nuestro inolvidable Chueco Fangio, se cansará de ganar carreras con cualquier marca, y acallará las murmuraciones. En segundo lugar pregunto: ¿Qué son, por Dios, dos millones de dólares? Si estamos oyendo todo el tiempo hablar de centenares, que digo centenares, de miles de millones de dólares, dos miserables millones son casi una ridiculez. Cualquiera, es decir casi cualquiera, puede comprarlos en cualquier momento. Es público y notorio.
Nuestra posición, entonces, no es crítica, aunque tampoco estamos absolutamente de acuerdo con esta medida. Entendemos que debiera estar complementada por una normativa que posibilite a muchos anónimos volantes porteños ser tenidos en cuenta para correr en las fórmulas internacionales, y, quizás, a mucho menor costo que los famosos dos palos verdes. En efecto, hay gente que con elementos muy precarios, y poniendo en riesgo sus vidas, logra resultados absolutamente extraordinarios.
Como muchos han adivinado, nos referimos a nuestros esforzados colectiveros. Si alguien se preocupara en constatar, por ejemplo, la velocidad que desarrollan los conductores de la línea 60 en escasos metros, digamos entre Junín y Santa Fe y Junín y Córdoba, no lo podría creer.
Lo mejor es que lo hacen en los destartalados vehículos, casi rezagos de desarmadero, que la empresa pone gentilmente a disposición de sus clientes y favorecedores. Cuando alguno de estos colectivos está en el mismo horario que otro rezagado de la misma línea, es digna de ver y aplaudir la sana emulación y competencia que se desarrolla entre estos dos caballeros, llegando al climax si es de noche y coinciden con la onda verde.
Y esto no es sólo en esa calle, desde luego. Hay gente que se reúne en Plaza Italia para ver doblar los colectivos. Se sospecha que se cruzan apuestas, como en las siempre divertidas “picadas”. Pero todo, claro está, en un marco de caballerosidad deportiva acorde a las circunstancias.
La Plaza Colón, detrás de la Casa de Gobierno, es también testigo del vértigo y el entusiasmo que provoca ese maravilloso giro de 180 grados con los rugientes colectivos lanzados en paralelo y a toda máquina entre el estrépito de sus escapes humeantes y la sana alegría de los pasajeros. Puede observarse desde las ventanas del propio despacho presidencial que da sobre Paseo Colón. No digo que lo hagan, entre el cúmulo de tareas importantísimas- como la que comentamos de Pechito López- que allí se desarrollan, pero tampoco se puede estar trabajando todo el tiempo ¿verdad?
A veces, muy de vez en cuando, ya que se ve que lo hacen para cumplir, como quien dice, sale en los diarios que se aplicaron multas a algún que otro colectivo por emisión de humo, exceso de velocidad, o pasar algún semáforo en rojo. No debemos preocuparnos, ya que sabemos de buena fuente que las autoridades no nos privarán de nuestro entretenimiento diario, que está convirtiéndose ya en motivo de atracción turística.
Si las inspecciones fueran en serio, incautos lectores, no saldrían en los diarios, porque serían parte de la rutina cotidiana ¿no les parece?.
Queremos con esta nota llevar tranquilidad a quienes suponían que las líneas de colectivos serían sancionadas por las- casi decimos infracciones- travesuras que ocasiona el tránsito diario. Tendremos por muchos años más a nuestros simpáticos colectivos alegrando nuestras vidas en nuestra querida Buenos Aires.