Fervor x Buenos Aires

Cóndores y buitres

El cóndor es un buitre. Para más datos, del género sarcorhamphus, según nos informa el diccionario. ¿Y esto a que viene? -se estará preguntando más de uno-. Viene a cuento del reciente acto de homenaje -por así decirlo- al General San Martín en el aniversario de su muerte.

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El funcionario del discurso de marras, afirmó con aire adusto que era bueno recordar a San Martín, el Cóndor de los Andes, “en estos tiempos de buitres y chimangos”. Todos entendimos el metamensaje: El funcionario, el gobierno que representa y sus seguidores son el Cóndor de los Andes y el General San Martín. El resto son (¿somos?) chimangos y buitres.

El cóndor, como especie al borde de la extinción, y ajeno a estos manejos dialécticos, ha sido preservado y protegido en varios países de América. Es el ave de mayor envergadura existente, llegando a medir hasta tres metros con las alas desplegadas. Muchas leyendas nacidas de la ignorancia pretendían que raptaba y comía cabritos, o corderos, o hasta niños, justificando así la inútil matanza de estas aves. Nada de esto hacen los cóndores, aunque si, y nos cuesta admitirlo, participan con entusiasmo de las desagradables costumbres de todos sus congéneres: se alimentan de carroña.

No es desatinado atribuir la asociación del Libertador con el cóndor en el imaginario popular, al tan recordado poema de Olegario V. Andrade (1839-1881), “El nido de cóndores”, plato fuerte de la declamación escolar. Estos versos, de marcados claroscuros y sonoridades estremecedoras, narran, a través de la visión de un cóndor, la odisea del cruce de los Andes por las tropas de San Martín. Hay en ellos un grave error de Andrade, no en la construcción poética, sino de orden científico, podría decirse, al informar equivocadamente que el nido del cóndor en cuestión colgaba de un peñasco sombrío. Nos cuenta Andrade: “Es un nido de cóndores colgado/de su cuello gigante/que el viento de las cumbres balancea/como un pendón flotante”.

Más allá de este error de información -que nos da vértigo de sólo pensarlo- creemos que esta visión literaria, es la que en nuestro país ha llevado la exaltación del cóndor hasta imaginarlo casi como un ave patriótica, y colocarlo jerárquicamente muy por encima de sus parientes pobres, los buitres a secas. ¡Ni hablar de los fondos buitres!

Pero es curioso también constatar cómo los cóndores, más allá de su lúgubre aspecto fueron ganando terreno, desde fines del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX, en las decoraciones de monumentos y edificios porteños. Nos referiremos en este caso a dos edificios de distintas épocas. Uno, el tan comentado edificio Otto Wulf de la esquina de Perú y Belgrano, célebre por sus torres entre verdes y celestes, por ser uno de los más altos de su tiempo, y por los severos e imperturbables atlantes que parecen sostener sobre sus hercúleos hombros todo el edificio.

Quien bien mire comprobará que estos esforzados servidores no están solos. Colabora con ellos un no menos heroico grupo de cóndores, tan imponentes como útiles para ser recordados a la hora que los niños deben tomar la sopa.

Otro ejemplo, y ya en un edificio de otro estilo, alejado quizás unos veinte años del primero, lo vemos en el ubicado en Diagonal Norte 875, denominado Edificio Antonio Pini, en una inefable placa de granito emplazada en la ochava de Sarmiento y Diagonal Roque Sáenz Peña.

Además del nombre del propietario del edificio, figura el de su ejecutor, Ingeniero Alejandro Varangot, ornados a su vez por medallones y friso con figuras de animales, tal vez pumas, águilas y otros que no reconocemos a primera vista. La placa está flanqueada por dos ménsulas con forma de cóndores, con un aspecto que no condice, ciertamente, con la ruda tarea encomendada a sus fuerzas.

No se entiende mucho el porque de estas aplicaciones en el edificio, bastante corriente, por otra parte, salvando unos aleros de tejas que pretenden un cierto aire renacentista español. Pero, en fin, el tema de los cóndores da para mucho más. Volveremos con ellos en una nota próxima sobre el monumento del sepulcro de Jorge Newbery en el Cementerio de la Chacarita.