Christo (Christo Vladimir Javacheff) artista búlgaro. Hacía cosas rarísimas, fundamentalmente envolver lo que fuera. Empezó con latas y botellas hasta terminar envolviendo árboles, islas, puentes y hasta el edificio del Reichstag en Alemania. Tan raro como esto es entender como lograba convencer a tanta gente, conseguir los trabajadores necesarios y los elementos a utilizar en cantidades inmensas, tales como andamios, camiones,telas, acrílicos, pintura, sogas, en fin, para ejecutar trabajos ciclópeos, al fin de cuentas absolutamente efímeros. Lógicamente, en los edificios que envolvía debían desarrollarse tareas en algún momento, los puentes debían ser utilizados, y luego los materiales debían ser retirados (cientos de miles de metros de tela, por ejemplo) y luego de tantos afanes…nada.
Es decir, después de tanto trabajo y gastos millonarios, todo volvía en pocos días a quedar como antes. Hace décadas que no sabemos de sus proyectos- creemos que vive-, esperamos que no esté planeando envolver algún país, o el planeta.
Lo cierto es que pensamos en él al contemplar días pasados, la fachada de la querida confitería El Molino, como si la mano de Christo la hubiese elegido para algún proyecto. Toda envuelta, vedada a la mirada de paseantes y curiosos. Pero en este caso, al retirar los velos que la recubren no quedará como antes, porque, en realidad, está siendo sometida a un proceso de restauración largamente reclamado.
Las distintas comisiones y entes responsables del proyecto, como no podía ser de otra manera, dan contradictorias versiones sobre la marcha del emprendimiento. No entraremos en la polémica, pero jugamos unas fichas a la esperanza de que, en un plazo razonable, podamos asistir a la reinauguración de este símbolo porteño, y tomar un cafecito en alguna de sus mesas de mármol.
Este edificio, obra del arquitecto Gianotti fue inaugurado en 1916, y la confitería que funcionó en la planta baja y entrepiso tomó el nombre de El Molino. Era lógico, ya que la cúpula que domina la ochava del edificio simulaba serlo, con sus cuatro aspas iluminadas, que, a su vez, se inspiraban en un molino de verdad que funcionó en lo que es hoy es la Plaza del Congreso.
Cuatro amplios pisos completaban el inmueble, muy comentado en su época por su originalidad y detalles suntuosos que lo destacaban en el contexto edilicio de la zona. Hemos leído muchas veces que la confitería era lugar de reunión preferido por la alta sociedad. No era exactamente así, este local era considerado, en realidad, como una prolongación del Congreso, ya que era frecuente ver en sus mesas a destacadas figuras del parlamento, que alternaban democráticamente café por medio con sus correligionarios y amigos, y eran frecuentes los sombrerazos de saludos de mesa a mesa.
También hubo episodios sangrientos, como el tiroteo desde sus balcones a las tropas en la revolución del 30 y otros menores, como trifulcas y corridas durante manifestaciones y marchas políticas.
La confitería, paralelamente, era famosa por su rotisería y pastelería, de altísima calidad. Para Navidad y Año Nuevo sus hornos no daban abasto para satisfacer la demanda de doradas pavitas flanqueadas de cabello de ángel, y pan dulce glaceado con nueces y avellanas.
Este último, envuelto en papel plateado y acomodado en elegantes cajas de cartón, se llegaba a mandar por barco a quienes pasaban largas temporadas en Europa. Imaginamos la alegría con que serían recibidos estos aromáticos paquetes, como un mágico efluvio de la patria lejana…
Lo cierto es que las obras comenzaron, y suponemos y deseamos que no se detendrán hasta su finalización en tiempo y forma. Tal vez pecamos de ingenuos. ¿Regresarán los antiguos esplendores de la vieja confitería? Tal vez en los salones vuelvan a relucir los vitrauxs, los bronces y los mármoles con suntuosidades de la belle époque, pero… ¿la gente?