La mera definición de “torre” conlleva algunas dificultades. La más vulgar acepción (leemos una edición antigua del diccionario Espasa-Calpe) nos informa que torre es “Edificio fuerte, más alto que ancho, y que sirve para defenderse de los enemigos desde él, o para defender una ciudad o plaza”.
No es aplicable esta definición a las dos torres más famosas del mundo, la Torre Eiffel y la Torre de Pisa, ni a lo que, más o menos vulgarmente se ha dado en denominar “edificio en torre”.
Sí, desde luego, es una redundancia, ya que las torres que se construyen para ser habitadas, son edificios. Pero, bueno, vamos a tratar sobre estos edificios en torre. Algunos lo son integralmente, es decir, que todos sus muros externos dan al espacio, (caso Kavanagh) careciendo por lo tanto de medianeras, y otros lo son parcialmente, como el Barolo, por ejemplo, que es torre en sus pisos superiores. Por eso se habla, precisamente, de “la torre del Barolo”.
Hoy nos ocuparemos de un edificio que, como tantos otros, pertenece a esta última especie, pero, por sus características revolucionarias se lo considera un edificio paradigmático de Buenos Aires. Hablamos del aún hoy conocido como edificio Olivetti, aunque curiosamente, también, para hablar de él, se habla de la Torre Brunetta.
En el primer caso, se denominó inicialmente así por el logotipo de esta compañía instalado en la azotea de la torre. Olivetti, firma italiana dedicada principalmente a la fabricación de máquinas de escribir, había reservado, previo a la construcción, varios pisos para sus oficinas en Buenos Aires, y así, contribuido fuertemente a la realización de la obra, y en el segundo caso por ser Brunetta la firma inmobiliaria gestora del proyecto. Entre paréntesis, tenemos entendido que se trató también de un proyecto exitosísimo en el plano económico, ya que a poco de comenzar no quedaba ningún piso en venta.
La obra, de treinta y tres plantas y ciento un metros de altura, se terminó en menos de un año. La excavación comenzó en noviembre de 1961, y el edificio fue inaugurado en octubre del 62. Increíble. Fue un acontecimiento.
El impecable diseño y el desarrollo de la obra estuvo a cargo de la prestigiosa firma de arquitectos Pantoff y Fracchia, con numerosos antecedentes en importantes obras, y con quienes pudimos conversar en su estudio, desde el cual -y no casualmente- puede verse una gran panorámica del “Olivetti”.
La entrada de la torre está ubicada sobre la calle Suipacha -1111 exactamente- en donde su gran hall de recepción, de mármol blanco, acero y granito negro, impacta al visitante. El lateral que da sobre Sargento Cabral está ocupado por locales, y sobre Santa Fe está la entrada al edificio contiguo de once pisos, el local de Delta Airlines -originalmente proyecto del maestro Amancio Williams-, y una pequeña galería con tres locales.
La torre cuenta con seis ascensores de alta velocidad, cuatro subsuelos con capacidad para treinta y cinco coches cada uno, y aire acondicionado central. Sus pisos de oficinas, al día de hoy, se encuentran ocupados por empresas de gran prestigio, tales como la ya mencionada firma Brunetta, Rolex Argentina, el diario “La Nueva Provincia”, Falabella, Panedile y la Secretaría de Turismo de la Nación.
La implementación, creemos que por primera vez, del sistema “curtain wall” -con cristales azules semitemplados y perfiles exteriores de aluminio- dio lugar a complejos estudios sobre la incidencia de los rayos solares según las horas y las estaciones y su relación con la temperatura interna del edificio.
Se dice que esta obra inaugura la “arquitectura moderna” en Buenos Aires. Bueno, no sabemos si es así, ya que el término moderno ya era antiguo en esa época. ¿O no se denominaba así a la arquitectura de Gaudí, por ejemplo, luego a la escuela de Le Corbussier y al racionalismo?
No tiene importancia. Lo cierto es que esta obra marcó un hito, un antes y un después en la construcción de nuestra ciudad, fundamentalmente, entendemos, no sólo por el diseño, que hacía muros de las ventanas, sino también por el cambio de sistema constructivo que esto implicaba.
Quizás contribuyó también a la resonancia de este emprendimiento, notable en su época, el privilegiado lugar de su ubicación, entornado por edificios del eclecticismo francés, a metros de Plaza San Martín, con toda la honda significación de largas décadas de clasicismo.
No olvidemos que la Avenida Santa Fe era aún conocida como “La Gran Vía del Norte”, y allí todavía se festejaba la llegada de la Primavera con un gran desfile de carrozas presenciado por una multitud, en tanto que las vidrieras de las grandes firmas competían con el concurso de artistas y decoradores, para lograr el premio a la mejor presentada. Había una Asociación de Amigos de la Avenida Santa Fe que promovía estos y otros festejos, que eran seguidos con el interés que suscitan los grandes acontecimientos populares.
Y sobre todo, los edificios eran residenciales, es decir que allí vivían familias. La gente de la zona, en general, se conocía, y se saludaban al cruzarse en la calle. No había edificios específicamente construidos para oficinas, y esto implicaba un cambio en el corte social del barrio, y la incorporación del área, en términos simbólicos, a la hasta ese momento restringida geografía de la City.
Pero como suele suceder, no sólo en la arquitectura, sino en el arte todo, los intentos de romper con la tradición, el clasicismo y toda esa historia terminan, a su vez, convirtiéndose en clásicos. Y esto es lo que ha sucedido con la torre Olivetti, que a más de cincuenta años de su construcción, se ha transformado en un clásico más entre los edificios porteños.
A la torre Olivetti podríamos decirle lo que se les dice a esas señoras buenas mozas y elegantes, quizás algo entradas en años, con quienes nos topamos imprevistamente: “¡Pero, ché…estás espléndida!”.