La percepción que tienen los porteños de Puerto Madero -el barrio más joven de la Ciudad- oscila entre un lugar propicio para los paseos y un ghetto para turistas y ricos recientes; entre una burbuja blindada por el control de la Prefectura Naval y una proeza de reciclaje, aggiornamento y celeridad en los tiempos de construcción.
Pero, a poco más de 15 años de su creación, ya se está diluyendo la prehistoria de este nuevo barrio, trazado al filo de los nombres de mujeres que llevan sus calles.
Cuando el General Roca asumió la presidencia de la Nación en 1880, el desembarco y embarque en Buenos Aires de enseres y personas se seguía haciendo como en tiempos de la colonia: a través de alguno de los tres espigones de la ciudad o, si se trataba de un buque de gran calado, por medio de lanchones o de carretas de altas ruedas.
En su propósito de modelar para el país una grande y magnífica capital acorde con el constante crecimientoen la exportación de materias primas de origen agropecuario y llegada de inmigrantes, Roca decidió entonces conferirle a la Ciudad un puerto que estuviera a esa altura. Para ello, debió zanjar una vieja rivalidad surgida en torno a dos proyectos: el del Ing. Luis Augusto Huergo y el del comerciante Eduardo.
El proyecto portuario del primero consistía en una serie de dársenas paralelas, separadas por muelles de 100 metros de largo, y ubicadas sobre el Río de la Plata mismo y al sudeste de la Plaza de Mayo; dichas dársenas, a diferencia del sistema de diques cerrados, estaban concebidas para absorber el creciente tonelaje de los grandes navíos (el promedio pasó de los cuatro a los diez millones de toneladas a principios del siglo XX; y pronto alcanzó los veinte.
El proyecto de Madero –que había presentado otros dos en 1861 y 1869- emplazaba el puerto sobre el este de la Ciudad, y consistía en un canal de 21 pies de profundidad, una muralla exterior, una dársena (la conocida como “Sud”; luego se agregaría la “Norte” sobre la marcha) y cuatro diques para carga y descarga, separados por puentes giratorios. A la vera de los diques se construirían depósitos con grúas hidráulicas, para facilitar la carga y
La puja fue zanjada por una ley nacional en 1882, que dio por ganador a Madero.
En 1884 se firmó entonces el contrato con la empresa del triunfador, para que se llevara a cabo el proyecto. Dada su importancia, del acto participaron –invitados por el presidente Roca- los ex mandatarios Mitre, Sarmiento y Avellaneda, en calidad de testigos y auspiciantes del gran paso que se daba.
El 24 de junio de 1897, las obras fueron inauguradas con el nombre de “Puerto Madero”, en honor a su mentor.
Pero sólo 14 años después hubo de comenzarse el Puerto Nuevo, dadas las insuficiencias del proyecto anterior para albergar buques del porte del que se estaban empezando a construir. La obra se inauguró en 1926, y su proyecto se había basado en las ideas del ingeniero… Luis Huergo.
Así fue como el Puerto Madero fue cayendo en desuso y en el abandono, y con él toda la Costanera Sur, a pesar de su balneario, sus elegantes paseos y sus importantes monumentos escultóricos. Los diques pasaron a ser transitados por remolcadores, lanchones de prefectura y naves-museo, y sólo excepcionalmente por embarcaciones de un calado algo mayor; los depósitos y silos también fueron dejándose de lado.
Antiguos alumnos del Nacional Buenos Aires recuerdan que para llegar al campo de deportes del Colegio –que sigue estando ubicado a la altura del Dique 4, entre éste y el Río- debían sortear los avatares del puente giratorio entre los diques (el cual cerraba el paso a peatones y automotores para cedérselo a las embarcaciones) y las distintas alimañas que se disputaban –o se repartían- con amabilidad los amplios espacios; todo en un marco de vías férreas y edificios abandonados, y malezas invasoras.
Esa cariñosa evocación es compartida por los antiguos jugadores del club de rugby Central Buenos Aires –que usó el predio del Nacional como campo de entrenamiento, y que llegó a jugar de local allí durante un tiempo-, mezclada con la admiración que despierta el contraste con los modernos y suntuosos edificios, que rodean las instalaciones como molinos semejantes a gigantes que acecharan su sueño quijotesco dispuesto a resistir.
Como también resiste –y no menos heroicamente- la Reserva Ecológica, después de tantos impotentes e impunes incendios, atribuibles al vandalismo, al calor excesivo o a los “intereses creados”.
Fue finalmente en noviembre de 1989 que se acordó, entre el Gobierno Nacional y la Municipalidad de la Ciudad, constituir la corporación “Antiguo Puerto Madero S.A.”, la cual llamó a concurso en junio de 1991 para diseñar el barrio ya destinado a nacer. Los ganadores completaron su proyecto conjunto en octubre de 1992.
Puerto Madero: anteayer, un símbolo del progreso del país; ayer, una muestra de la superación de ese mismo progreso por parte del progreso mismo; hoy, sede de contrastes arquitectónicos y económicos, artísticos y gastronómicos, tecnológicos e ideológicos, urbanísticos y sociales.
El puesto de comidas montado por una agrupación piquetera convive con restaurants y bares de la más alta gama; el armónico e ingenioso reciclado de los antiguos depósitos y demás edificios, se contrapone a construcciones ofrecidas a más de u$s3.500 el m2 y realizadas vertiginosamente; la fuente de las Nereidas confronta su estilo con el Puente de la Mujer; el nuevo yacht club del barrio opone sus veleros a la fragata Sarmiento y la corbeta Uruguay; la Reserva antagoniza sin agonizar con plazas secas y surtidores.
Y el barrio en su conjunto contrasta de un modo peculiar con el resto de la Ciudad, a su vez plagada de contrastes, capital de un país de contrastes.
Quizás por eso cuesta asumir Puerto Madero como parte de la Ciudad, como parte del país: por lo mucho que se parece a la Ciudad, por lo mucho que se parece al país.
*Ex jugador de Central Buenos Aires