En este solar se alzó la primer casa prefabricada que tuvo Buenos Aires. Era un espléndido chalet traído de Europa por Fabián Gómez y Anchorena, conde del Castaño, el hombre más rico del país, según se decía y cuya novelesca vida fue narrada por María Esther de Miguel en “Un dandy porteño”. Años después, en 1929, Emilio Saint, compra esta propiedad y encarga a su pariente, el arquitecto Carlos Malbranche, la construcción del actual edificio, inaugurado en 1931.
Emilio Saint, uno de los dueños de Saint Hermanos, enorme empresa que, entre tantas afamados productos, elaboraba los riquísimos chocolates Aguila y los helados Laponia (¿cómo no recordar los carritos blancos que recorrían las calles en el verano al grito de ¡Laponia Helados!?) de inmortal memoria para quienes éramos chicos en ese entonces.
Saint ya había concretado un proyecto ciertamente importante, cual fue la construcción del edificio conocido como Torre Saint, de Cangallo -hoy Perón- 2630. Esta obra sobre la cual volveremos, por cierto, fue llevada a cabo por el arquitecto francés Robert Charles Tiphaine, entre 1925 y 1929. Malbranche, nacido en Buenos Aires en 1901, había estudiado en Francia, de donde regresó en 1929, revalidando en esta ciudad sus títulos.
De inmediato, se aboca a la obra, de una calidad superlativa. Es interesante considerar que, en esa época, se libraba una verdadera guerra de estilos arquitectónicos, que casi llegaban a constituir estilos de vida.
El art-decó podría estar representado, de alguna forma, en la propia Torre Saint, y, por supuesto en la línea de Virasoro y sus seguidores, y también estaba allí el estilo moderno, en la colosal obra de Sánchez, Lagos y de la Torres en la esquina de Córdoba y Libertad.
Y podríamos mencionar, de paso, a los que luchaban por la restauración nacionalista, plasmada en más de un petit-hotel (no hay obras así de gran envergadura, decimos casas de renta) porteño. Esmeralda 1180 es casi la culminación de la arquitectura beaux-arts. Con él terminaba una época. Pero fue un final a toda orquesta.
No falta en esta residencia ningún atributo: desde los picaportes y cerrajería de la casa Fichet de París hasta las mansardas de pizarra, la fachada almohadillada, y el imponente hall de entrada, sin duda convierten a esta propiedad no sólo en un modelo del género, sino en un monumento al buen gusto y la elegancia.
Los pisos se dividen en dos alas simétricas con ascensores y escaleras en espejo, con frente sobre Esmeralda.
Por supuesto, unos se prolongan sobre Arenales y otros sobre Sargento Cabral. Ochenta y tantos años después de su inauguración no hay decadencia alguna.
Por el contrario. Sus pisos, por su diseño, ubicación y suntuosidad siguen siendo buscados por quienes, pese a las modas y los ismos, valoran un clásico estilo de vida, simbolizado impecablemente en esta mansión porteña.