Sabida costumbre la de Borges, la de sentarse en algún banco de la plaza San Martín, a contemplar, o intuir, la serena y añosa arboleda que la embellece. Obra de Carlos Thays, cuando no.
Sabemos que en ocasiones dialogaba con algún vecino, notoriamente con el poeta Alberto Girri, para él de inaccesible lectura, pero de diálogo cordial.
Y sino en soledad, como lo muestran tantas fotos, siempre cercano al imponente gomero que hoy nos ocupa.
Inmenso, como el de la Plaza Vicente López, y como él también único, sin árboles cercanos, lo que torna más imponente su presencia.
Según parece, este vino de Australia, aunque su especie proviene de la India. ¿Tendrá relación con el “aguapa”?
Al parecer, el aguapa (como el gomero) es también -o era- un árbol de la India, cuyas extraordinarias propiedades se detallan en el “Diccionario de los Infiernos” de Collin de Plancy.
Dice: “Aguapa -árbol de la India- El hombre que duerme vestido bajo él, se hincha; y si, en cambio, lo hace desnudo, crece infinitamente. Estos efectos se atribuyen a la malicia del diablo”.
Suponemos una cierta simpatía o parentesco entre el inhallable aguapa, y el habitual gomero. No sólo por su desmesura extendida a todos los rumbos, sino por su apariencia tan extraña.
Se impone como algo prehistórico, tal vez producto de alguna filtración volcánica de magma incandescente, que eclosionó en el medio del cantero sabiamente construido en previsión del suceso, y que solidificó en esa inmensa masa torturada de lava y restos vegetales, con protuberancias y oquedades entremezcladas caóticamente con desaforadas ramas paralelas al suelo que, indudablemente, esconden en su interior patas y trompas de elefante petrificadas.
El R.P. Tobías Millet, sabio misionero jesuita en la India, hace ya siglos, sugirió una audaz teoría que algunos hechos parecieran comprobar.
Observó en una llanura restos de enormes gomeros con las raíces sobre la tierra, y de ahí surgió la hoy casi inaccesible obra “Sobre los prodigios de la adaptación vegetal”, en la cual llega casi a afirmar en sus elucubraciones, que los gomeros, en épocas pretéritas ejercían su condición de tales, es decir, poseían las elásticas propiedades de la goma, y, por razones que sólo podemos imaginar, en un tiempo decidieron utilizar esa propiedad, y, usando la fuerza hidráulica de sus ramas que apoyaban en el suelo, sacaron las raíces de la tierra para trasladarse a otros lugares.
Poco pudieron hacer. La gran mayoría agotó sus fuerzas en esa marcha bamboleante y pereció en larga agonía bajo los rayos del sol.
Con el tiempo, y por la falta de práctica perdieron su condición gomosa y la gran mayoría quedó con sus raíces a mitad de camino entre el arriba y el abajo de la superficie.
Pero estas transiciones marcaron sin duda un temperamento, si tal cosa puede atribuirse a un árbol, tan elástico y cambiante como su primitivo cuerpo. En este mucho más que centenario ejemplar que nos ocupa, pueden advertirse a simple vista inquietantes madrigueras y, sin duda, entradas de laberínticos túneles que la prudencia aconsejaría no investigar.
Esta apariencia de ribetes siniestros, cambia según la hora y la luz, y entonces parece suavizar sus desgarrados contornos, y toma un aire apacible, como de benevolente abuelo de los árboles que, más por precaución que por imposibilidad física, permanecen inmóviles a la distancia, mientras que, respetuosamente, cuidan que el saludo de sus copas sea observado por el patriarca.
Esa es la mejor hora para visitas que pueden bonachonamente sentarse a conversar a su sombra.
Un dato cariñoso: Segín se supo, JLB hizo enterrar a su querido gato Beppo a la sombra del gomero.
Pero cuando los pájaros que se posan con desconfianza en las ramas emprenden el vuelo, es aconsejable imitarlos en su huida.
Tal vez intuyen que aves de otras especies y de diferentes costumbres se aproximan desde el horizonte… La desmesurada copa parece vibrar en cada una de sus hojas como de cera con la llegada de las enormes alas que desaparecen en… Lamentablemente no son nuestras estas truncas observaciones que no sabemos si refieren al aguapa mitológico o al consabido gomero.
La singular nota de letra menuda y enrevesada que transcribimos, la encontramos hace muchos años –todavía vivía JLB- en un cuaderno olvidado en el banco circular de plaza San Martín, bajo la sombra del gomero.