Ramón Castilla 2871
Compartir
A veces descubrimos que un edificio cualquiera, de los miles que hay en cualquier barrio, tiene nombre. Siempre está escrito sobre la entrada del edificio en cuestión, y nos produce una suerte de intriga saber que lleva al propietario -suponemos- o a la firma constructora a bautizar algo que jamás será mencionado por sus méritos de diseño, ni por ningún detalle que sobresalga, ni siquiera por sus habitantes.
Alguno podría decir, y todos sabrían a que se refiere si informa que vive en el Kavanagh o en el Barolo, por caso, pero nadie sabrá cual es la ubicación de tanta arquitectura vulgar, bautizada con nombres familiares de intrascendente significación, que, por supuesto, nadie menciona.
Por el contrario, hay otros edificios que no tienen nombre, ni siquiera un apodo (como “El Rulero” de Libertador y Carlos Pellegrini) y es extraño que no lo tengan, porque sobresalen netamente entre sus vecinos. Algunos, por sus desméritos, y nos apresuramos a aclarar que este no es el caso.
El que nos referimos es el ubicado en Mariscal Ramón Castilla 2871, finalizado ante el estupor del vecindario en 1985. Como primera impresión, se deben resaltar sus muros ondulantes de cristal, que causan en quien lo ve una sensación como de ola, de vaivén marino refrescante, algo alegre, en definitiva.
Podríamos, casi sin esfuerzo, imaginar delfines jugando entre las espumas de sus petrificadas curvas o nadadoras sincronizadas por Esther Williams como en el Hollywood del color por Technicolor. PERO ATENCIÓN, como noticia de último momento, y antes de cerrar esta edición, nos llega un rumor y es que en ciertos círculos íntimos -digamos entre amigos- esta casa es llamada, precisamente, “La Ola”. Obvio decir que esta noticia nos llega con posterioridad al párrafo anterior, y nos confirma que nuestra percepción ya era compartida por alguien más.
Por que algo hay de todo eso en esta casa, siendo tan moderna, algo de los documentales que nos informaban de los progresos de la industria del plástico, de los aviones a chorro, de las insólitas nuevas telas que no se manchaban, de las camisas que no necesitaban ser planchadas, y de todas las infinitas aplicaciones del modernismo, que ya estaba entre nosotros para quedarse por siempre jamás.
Esta impresión se expande más aún, al contemplar el edificio en diferentes horas, y comprobar las distintas tonalidades que la luz solar arranca a esos muros como de hielo, espléndidos como los muros iridiscentes de fabulosos y remotos templos de alguna civilización perdida.
Si no estuviera en la ubicación en que está, supondríamos que es algo así como un laboratorio de electrónica, o tal vez lo relacionaríamos con la ingeniería nuclear. Un gran despliegue de acero y mármol se aprecia en la entrada, con curioso ingreso a través de una especie de cápsula de descompresión, muy graciosa. Una vez en el hall, y frente a la puerta de los ascensores y del mostrador del encargado de seguridad, a nadie sorprendería ver aparecer de pronto hombres de guardapolvo blanco listos para apretar el botón de la cuenta regresiva.
Las ventanas del frente no se ven, sólo se divisan las cintas azuladas y plateadas, según el clima y la hora, porque están retraídas tras las ondulantes vidrieras que mencionamos, que son, en realidad, las barandas de los balcones.
El lateral oeste de esta casa de departamentos da directamente sobre la Plaza Chile, lo que permite un contacto permanente con la añosa vegetación en todos los pisos, ya que hay árboles que casi sobrepasan la altura del edificio.
El primer piso suma a esta ventaja, la de tener su propia terraza-jardín, que se integra casi como una continuación de la plaza vecina.
Esta obra, con diseño del arquitecto Carlos Libedinsky, también copropietario, se desarrolló sobre una superficie de 700 m2, y suma una superficie cubierta total de 9.000 m2.
Si fue resistida en un principio, y causó extrañeza en muchos, se encuentra ya sólidamente integrada al paisaje cotidiano de los miles de autos que transitan diariamente por Figueroa Alcorta rumbo al norte.
En los últimos tiempos se agregó en el último piso -creemos que sin la habilitación correspondiente- una construcción no prevista en los planos originales que degrada las líneas de un edificio protegido y, que naturalmente, se ajusta a la clásica estrategia autóctona basada en la teoría del hecho consumado.
Pero bueno, volviendo al principio… ¿Por qué no se bautiza oficialmente? ¿“La Ola” está bien…? Qué les parece…