Harrod´s debe su nombre a Mr. Charles Henry Harrod, tendero inglés a quien, en 1851, se le ocurrió -sin mayor ingenio- abrir en Londres un local con su apellido, (algo así como si dijéramos “lo de Fernández”) confiando en que la Exposición Mundial de ese año atraería público como para hacer crecer su establecimiento.
Su confianza no fue vana. En pocos años su pequeño establecimiento era un imperio, como ciertamente y en infinita mayor escala, lo era el Imperio Británico.
Tal el origen de esta firma -lo de Harrod- de resonancia universal, a pesar de contar con la mínima cantidad de sucursales posibles: una sucursal.
Que es, precisamente la que sobrevive o sobremuere en gran parte de la manzana de Florida, Córdoba, San Martín y Paraguay. La grandiosa edificación de esta arbitraria sucursal -47.000 m2- se llevó a cabo en varias etapas, la primera y principal, sobre Florida finalizada en 1914 y posteriores hasta 1920.
Fue obra de los arquitectos ingleses Paul Bell Chambers y Louis Newbery Thomas. Su estilo se aleja de las complejidades y extravagancias victorianas, para lograr espacios despejados y luminosos con el diseño de grandes aberturas abovedadas.
No podemos dejar de destacar la hermosa cúpula que corona la entrada de San Martín y Córdoba, y la sobriedad del verde inglés que cubre todos los paneles ornamentados del exterior.
La conjunción de este color con el brillo de la profusa broncería de los contramarcos de las vidrieras, y los soportes de los toldos que se abrían en el verano, conforman el clásico estilo inglés popularizado universalmente.
Lógicamente, a través de las décadas se realizaron cantidad de modificaciones internas, que jamás alteraron el estilo, ni los pisos de roble de Eslavonia, ni las escaleras, ni los suntuosos ascensores de hierro y bronce, conducidos reverencialmente por uniformados ascensoristas que iban anunciando sonoramente las secciones que atendían en cada piso.
Recordamos especialmente la de “Bonetería”, ya que, niños aún, no entendíamos como podría haber en Buenos Aires tal demanda de bonetes. Por supuesto, también se mencionaba “Bazar y Menajes”, “Alfombras y Tapetes”, en fin, había de todo en Harrod´s, peluquería para hombres en el subsuelo, y la famosa confitería, que a pesar de ser tan paqueta, o justamente por eso, llegó a un popular tango del año 1918: “Muñequita”:
Dice así “…jamás faltaba en su mesa/flores ni marrón glacé/todo era alegría y riqueza /y correr champagne frappé/ya no voy al cabaret/ni a lo de Harrod´s como antes/ y recuerdo a cada instante/los momentos que pasé…”
Y la inmensa juguetería, donde cada Navidad concurría personalmente Santa Claus, atendiendo deferentemente a cada niño y tomando debida nota de los respectivos pedidos. Lógicamente, primero averiguaba en tono severo si durante el año se habían portado bien. Algunos lo aseguraban sin ponerse colorados, y otros mirando al suelo y tragando saliva.
No podríamos olvidar a los dos porteros, uno muy alto y otro muy, muy bajito (¿seremos vilipendiados por el INADI si contamos que se lo conocía como “el enano de Harrod´s”?) que, solícitamente, enfundados en sus libreas verdes con alamares dorados y guantes blancos, abrían las puertas de los autos en Florida, a las clientas que entraban presurosas o que salían cargadas de sombrereras o bolsos aprovechando la liquidación anual…
La historia de Harrod´s es complicadísima posteriormente, luego de su cierre en 1998, cantidad de ventas y pase de manos, siempre con reaperturas acotadas con fines determinados, y permanentes anuncios de restauraciones que nunca se producen. Pero no queremos detallar eso, ni lo de lady Di, para no irnos por las ramas. Vamos al Harrod´s de hoy 2020.
Como siempre los reiterados anuncios de restauración que se refutan con la simple observación superficial. Una sola entrada sobre la calle San Martín levanta su persiana corrediza para recibir algún que otro día un camión con un par de bolsas de cemento y dos o tres desganados operarios que descienden y permanecen algún rato, dando la impresión que el lugar es utilizado sólo como garaje y depósito de materiales para obras que se realizan no allí, sino en otra parte.
En los pisos superiores los ventanales siempre abiertos, y otros con sus vidrios rotos, dando lugar a que penetren las lluvias, junto con los murciélagos, los gorriones y las palomas, toda la valiosísima broncería que enmarcaba las vidrieras perdida para siempre, paneles de hierro estampados arrancados, nos hablan más de abandono y ruina que de proclamadas restauraciones, sólo concretadas en los papeles.
Este lugar es un ícono, una marca distintiva de Buenos Aires, y entendemos que el gobierno de nuestra ciudad tiene que intervenir para que no perdamos para siempre la memoria de casi un siglo de la “belle-epoque” porteña.