En nuestra nota sobre el edificio del actual Comando en Jefe del Ejército, hacíamos notar las extraordinarias dimensiones de esa obra en relación al índice de población de nuestro país a finales de los años 30. También en esa época, presidencia del general-ingeniero Agustín P. Justo, se inició otra obra monumental: el Hospital Militar Central, sobre el cual podríamos hacer las mismas consideraciones.
Pero antes, un poco de historia. El primer Hospital Militar fue inaugurado en 1898, y estaba ubicado a pocos metros del Parque Lezama, en Bolívar y Caseros. Posteriormente, muda sus instalaciones a otro edificio, ya demolido, en Pozos y Garay. El actual Hospital Militar Central “Dr. Cosme Argerich”, fue ubicado en un lugar de privilegio: dos hectáreas sobre la barranca natural del Río de la Plata. Su frente da a la Avenida Luis María Campos, y está lo suficientemente alejado de ella como para que pueda apreciarse la magnitud y limpieza de su diseño.
Como era común en las construcciones del Estado, es difícil dar con el o los nombres de quienes diseñaron y llevaron a cabo este imponente edificio. Su ejecución está adjudicada, simplemente, a la entonces Dirección General de Ingenieros del Ministerio de Guerra. Se menciona, en cambio, al entonces Director General de Sanidad, General Médico Eugenio A. Gulli, y también al Cirujano de Regimiento Luis Ontaneda, a quien se le atribuye. “la inspiración y el proyecto de la obra”.
Insatisfechos con estos mínimos datos, tratamos de encontrar en la página oficial del HMC el nombre de los profesionales responsables de esta imponente construcción. En un casillero en el que se invita a hacer consultas a quienes quieran hacerlo, escribimos cortésmente nuestro requerimiento, sin que hasta el presente, hayamos obtenido respuesta. Dejamos esta inquietud a nuestros lectores, en la seguridad que alguno tiene el dato que nos falta y que, desde ya, agradecemos.
Podríamos comparar las dos monumentales obras, y comprobar el diverso criterio con que se encararon ambas. En tanto que la entonces Secretaría de Guerra fue abordada en un estilo academicista, arcaico ya para la época, el HMC constituye un ejemplo paradigmático del racionalismo, tan en boga en esos años. Los une la calidad de los diseños, la selección de los materiales empleados y la prolija terminación artesanal de todos los detalles.
Quizás nos hemos acostumbrado a mirar sin ver. Tal vez la connotación de edificio estatal del Hospital pesa como una disminución inconsciente que enturbia nuestra percepción a priori, y también, debemos admitir que algunas reformas y ampliaciones en décadas posteriores han dotado al complejo de cierta indefinición estilística, que no se advierte, por cierto, en la construcción inicial.
Pero aquí debemos detenernos un instante para decir algo, una simple mención a los dos vecinos del Hospital, que ilustran sobre lo heterogéneo del perfil estilístico de Buenos Aires. Uno, la Iglesia y Abadía de San Benito, que parece transplantada directamente de la Edad Media hasta la esquina de Luis María Campos y Gorostiaga.
El otro, el Regimiento de Granaderos a Caballo, también imponente por su ubicación y magnitud, representando el Art Nouveau de principios del XX.
La construcción del HMC -de aproximadamente 24.000 m2 cubiertos- fue iniciada en 1936, durante la presidencia del general Agustín P. Justo, gran propulsor de la obra pública, e inaugurada el 27 de mayo de 1939, con la presencia de las máximas autoridades nacionales. Las sucesivas ampliaciones y nuevas alas han hecho del Hospital Militar “Cosme Argerich” uno- sino el más- grande de los edificios en nuestro país, ya que sumó nada menos que 37.000 m2, a su ya enorme magnitud.
Es decir, más de 60.000 m2 cubiertos. Quien pase por su frente y lo contemple despojado de prejuicios, podría recordar alguno de los inefables capítulos de Hércules Poirot, en los que este Hospital Militar sudamericano sin arquitecto conocido, serviría espléndidamente como un hotel de veraneo en lo alto de un acantilado inglés, o como la sobria y lujosa clínica de reposo de aburridos millonarios que descansan ignorantes que entre ellos hay un asesino.