Con toda seguridad, si se hiciera una encuesta al azar en la que los participantes tuvieran que dar los nombres de los más importantes hoteles de nuestra ciudad, la figuración del Hotel Continental sería mínima.
Y sin embargo, tiene sobrados atributos como para ser considerado entre los mejores de Buenos Aires. Diseñado por Alejandro Bustillo en 1927, (una de las mejores épocas de la construcción por la calidad de los materiales y la destreza técnica de personal de alta calificación) en una manzana triangular con frente a la Diagonal Roque Sáenz Peña, y sus laterales por Maipú y la entonces Cangallo, hoy Presidente Perón, se inauguró en 1928. Participa, por añadidura de un nombre evocativo; en las principales ciudades del mundo hay grandes hoteles con ese nombre, comparable a los Majestic, Imperial o similares pero ¡ay! en este caso, el motivo de su denominación se debió a motivos más prosaicos. Era propiedad de La Continental, Compañía de Seguros.
Consta de planta baja y nueve pisos, y su diseño es un típico exponente del Bustillo de esos años: francés neoclásico, con detalles de gran calidad, con la nota destacada en la grandiosidad de las enormes columnas que interrumpen el diseño de la fachada entre el 2do. y el 4to.piso, y dos paños similares a ambos lados de la entrada (725) al hall de recepción. Discretas balaustradas en algunas ventanas, y poco más, componían un producto de elegancia sabiamente administrada, sin ostentaciones de nuevo rico y sin concesiones a los ismos pasajeros.
Pero insistimos en este enigma: ¿Por qué teniendo todo lo requerido nunca estuvo instalado en el conocimiento popular de la época? Y esto es evidente. En esos tiempos, anteriores al Sheraton, y al boom posterior de las grandes cadenas hoteleras, cualquiera citaría el Alvear, el Plaza, quizás el Claridge, y muy pocos se acordarían del Hotel Continental. Y creemos que sigue siendo así.
Quizás porque los hoteles situados en la zona céntrica, en este caso prácticamente en la City, eran requeridos más por hombres de negocios por su ubicación, que por quienes ponían más énfasis en la estela social de banquetes, recepciones y casamientos que eran habituales en los grandes hoteles del Barrio Norte. En ellos se alojaban las grandes figuras del espectáculo, del arte o de la ciencia cuya llegada a nuestro país, constituían acontecimientos largamente comentados. Pensamos en figuras como Albert Einstein, Marlene Dietrich, Tyrone Power o el Maharajá de Kapurthala…
Quizás deberíamos considerar también si no pesaría en el ánimo de los posibles huéspedes el carácter ambiguo que siempre tuvieron las diagonales en Buenos Aires, especialmente la Roque Sáenz Peña, o Diagonal Norte, ya que la Sur (Julio A. Roca) es, desde todo punto de vista, mucho menos relevante. Nunca terminaron de integrarse plenamente, y en sus edificios no vivía -ni vive- nadie; sólo eran oficinas. Quizás para los viajeros las adyacencias del hotel no eran las más indicadas para salir a dar un paseo, faltaban las presencias habituales, como podría ser el vendedor de flores o la señora que pasea su perrito. A pesar de estar a un paso de todo, el destino sesgado de la diagonal imponía su incertidumbre.
Pero sean estas razones -o divagaciones- válidas o no, lo cierto es que el Hotel Continental estuvo siempre en esa suerte de inmerecido segundo plano, algo así como esos excelentes actores de reparto, que hemos visto en cien películas, y que recordamos sus caras tan familiares, pero no sus nombres.
La propiedad fue adquirida posteriormente por una empresa de hotelería internacional, y remodelado en su interior, adecuando sus instalaciones a los requerimientos actuales en la materia, con varios restaurantes de primera línea, salas de conferencias, espacios para eventos, y una excelente pileta de natación con solarium en la terraza.
El nombre también ha sido remodelado. Ahora responde al apelativo de 725 Continental, lógicamente por el número de la entrada.
Mirando antiguas fotos del hotel, se ve algún paseante de traje blanco y sombrero de paja, grandes árboles en las esquinas, y también los toldos de lona blanca que protegían la entrada del sol y de la lluvia. Sin duda todavía el smog y la polución no habían avanzado tanto, y era posible mantener estas instalaciones desplegadas, que resguardaban apaciblemente a todos los que pasaran bajo su sombra.
Estos amables y cándidos toldos han sido suplantados por una gran marquesina, sin duda muy costosa y cuyo diseño debe responder a altas nociones arquitectónicas. Sin embargo…