Eran los últimos días de 1928. El blanco y resplandeciente buque-escuela dinamarqués “Kopenhavn”, o Copenhague para nosotros, zarpó del puerto de Buenos Aires, en medio de bandas de música, pañuelos revoloteantes, lágrimas y besos arrojados al aire por la multitud que, emocionada, saludaba desde el muelle. Los quince oficiales encabezados por su veterano capitán, H. F. Anderson, los cincuenta y cinco marineros de la tripulación y los cadetes de la Escuela Naval de Dinamarca formados gallardamente en cubierta hacían la venia mirando la dársena que, poco a poco, desaparecía de la vista hasta confundirse con la orilla.
La gente siguió las evoluciones del barco hasta que, ya en río abierto, desplegó sus velas hasta perderse en el horizonte. Nadie más los vio.
A mil quinientas millas de Buenos Aires el “Copenhaguen” se cruzó con el buque noruego “Wilhem Blumer”, y mandó un mensaje de saludo, informando que el viaje se desarrollaba espléndidamente. Esto fue lo último que se supo de él. Al no llegar a destino ni recibirse mensaje alguno, y pasados días y semanas de búsqueda incesante sin resultado, no hubo más alternativa que declararlo desaparecido.
Inútil hablar de la consternación inmensa del pueblo de Dinamarca, uno de los de mayor tradición marinera del mundo, ni de la dolorosa repercusión que esta catástrofe tuvo en Buenos Aires. ¿Un incendio, una súbita y fulminante tormenta, piratas…? Todo fue conjeturar en vano.
A tantos años de esta inexplicable tragedia, Buenos Aires conserva, en el barrio de San Telmo, un recuerdo de inmenso valor: una reproducción a escala del desdichado buque-escuela.
Se encuentra en el salón congregacional de la Iglesia Dinamarquesa, ubicada en Carlos Calvo 257. Muchos pasan frente a ese extraño edificio neogótico sin reparar en él, ya que si no fuera por la torre podría parecer una casa inglesa, de verja, rojos ladrillos y ventanas con vidrios reticulados con celosías verdes. La torre, de severo porte, tiene laterales escalonados, que, según la simbología, representa un episodio bíblico: el sueño de Jacob.
El edificio fue inaugurado en 1931, según diseño de los arquitectos Ronnon y Bisgaard, mediante aportes de dinero y trabajo personal de la colectividad danesa que desde muchos años antes bregaba por tener su propio templo.
Durante años los oficios correspondientes a este culto de confesión evangélica-luterana se celebraron en la Iglesia Noruega para Marineros, por entonces situada en la avenida Ingeniero Huergo entre San Juan y Brasil. Ya no existe; se demolió en 1970, para la construcción de la AU 25 de Mayo.
Pero, volviendo al templo de Carlos Calvo, no podemos dejar de sentir al pasar por su vereda, un ambiente huraño de casa cerrada, casi hostil, que contrasta, sin duda, con el carácter afable y hospitalario de los daneses. No hay ningún cartel que indique horarios, o si se admiten visitas, sólo alguna ventana inferior abierta nos indica que alguien hay dentro, ¿un pastor, un casero, una persona que atiende la limpieza? ¿Cómo saberlo?
Preferimos no averiguarlo, y seguimos cuesta arriba sin preguntar nada.