Frente al Parque Lezama, en la barranca de la calle Brasil, se levanta la llamativa y colorida estructura de la Iglesia Rusa; en realidad Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad.
La rusa no estuvo entre las grandes colectividades que arribaron a nuestro país en la gran oleada inmigratoria de fines del XIX, pero, si bien, proporcionalmente pequeña, era un número significativo en el Buenos Aires de 1900, sobre todo si, a los fines del culto, se sumaban otros practicantes de la religión ortodoxa, como los rumanos, serbios, montenegrinos, griegos, búlgaros y fieles de otras nacionalidades.
La necesidad de tener un templo que cobijara y diera contención espiritual a esta grey, movió a Alejandro III -el anteúltimo zar y padre del último de la dinastía Romanov, Nicolás II- a promover la creación de una sede para la Iglesia Rusa en Buenos Aires.
Esta magna tarea fue confiada al pope Constantino Izrastzoff, quien viaja a estas tierras por disposición del soberano, y adquiere, con dinero que éste proporciona, el solar sobre el cual hoy se levanta la iglesia.
La construcción duró cuatro años, y se hizo con donaciones de la casa imperial rusa e importantes aportes de la colectividad.
Los planos responden al tradicional estilo moscovita, como que fueron realizados por Mihail Preobrazhensky, arquitecto oficial del Sínodo Ruso, mientras que la adaptación y dirección de obra -ad honorem- la llevó a cabo Alejandro Christophersen, el famoso arquitecto noruego que tantas y tan importantes obras legara a nuestra ciudad.
El templo en sí mismo se encuentra en el primer piso del edificio, y está profusamente decorado con íconos y murales de gran valor artístico.
La ceremonia de inauguración se llevó a cabo con gran pompa el 6 de octubre de 1901, con la presencia del Presidente de la Nación, general Julio A. Roca, y autoridades civiles, banda de música y discursos alusivos.
No dejó de llamar la atención a la numerosa concurrencia, y se destacó en las crónicas de la época como algo notable, que el padre Izrastzoff, al declarar inaugurado el templo, se dirigiera al público en perfecto castellano.
La trayectoria de Constantino Izrastzoff, de venerada memoria por los fieles, se prolongó por más de cincuenta años al frente de su iglesia, y desde 1953 descansa allí su cuerpo. El recuerdo de su figura y su obra se proyecta hasta el presente en la memoria de quienes lo trataron.
Las esbeltas torres acebolladas conforman hoy una de las atracciones de San Telmo, y es habitual ver a turistas o simples curiosos sacando fotografías o comentando detalles de la ornamentación.
Como puede deducirse, la Iglesia cumplió en estos días ciento veinte años, y los festejó en una emotiva ceremonia que contó con la actuación del magnífico Coro Likui de San Carlos de Bariloche, que entonó bellas canciones sacras en ruso, numeroso público entre los que se hallaban bisnietos y tataranietos de Constantino Izrastzoff, la presencia del embajador ruso y, desde luego la cordial supervisión de cada detalle de la ceremonia y el brindis posterior del dueño de casa, Arcipreste Alejandro Iwaszewicz y su esposa.
Aprovechando la celebración se exhibieron fotografías y documentos de época y se presentó el libro del Dr. Oscar De Masi, con prólogo del Arquitecto Julio Cacciatore, “La Iglesia Ortodoxa Rusa de Buenos Aires”, con palabras de ambos historiadores que con amenidad y sobrada versación revelaron desconocidas historias de los avatares de esta epopeya, imaginada entre San Petersburgo y Buenos Aires.
Así es como frente a las frondas del Parque Lezama hoy se elevan las enhiestas cúpulas con sus cruces apuntando al Oriente, que como cinco antenas espirituales nos conectan, desde el antiguo barrio de San Pedro Telmo, con la vibración eterna del gran alma rusa.