Dimos por casualidad, como pasan estas cosas, con un ejemplar de “El Jardín Botánico Municipal” del Ingeniero Agrónomo Carlos L. Thays (hijo) editado en 1929, e impreso nada menos que en los Talleres Gráficos de la Escuela Superior de Guerra.
El autor, hijo del fundador del Botánico y artífice de Palermo y de tantas plazas y jardines públicos y privados de nuestro país, era, a la sazón, Director General de Paseos Públicos y Director del Jardín Botánico, y nadie dudaba que, a todas luces, era la persona más idónea para estas funciones.
Es una delicia internarse en estas viejas páginas, que nos cuentan con amenidad tantos detalles curiosos, entre ellos, las intimidades que precedieron a la creación del Jardín Botánico. Y así nos relata, en prosa coloquial, que su padre, entonces Director General de Paseos Públicos de la Capital, elevó una nota el 22 de febrero de 1892, al entonces Intendente, Don Francisco Bollini, exponiendo la necesidad de crear un Jardín Botánico en nuestra ciudad.
¿Con qué fines? No sólo para facilitar estudios universitarios, sino también “para la clasificación definitiva de las nomenclaturas botánicas y hortícolas de las diversas especies de árboles, tanto exóticas como indígenas” casi desconocidas -aclara Thays (h)- para el público en general.
Aconsejaba el emplazamiento del paseo en el mismo lugar que ahora ocupa, 77.649 m2, más tarde convertidos en 87.000 m2, al sumarse los terrenos que ocupaba el “Observatorio Nacional de Vacuna” (sic). Cuenta el autor que el terreno en cuestión estaba ocupado por el Departamento Nacional de Agricultura, y que sólo había algunos ejemplares bastante desarrollados de “Eucalyptus y Casuarinas, que aún subsisten (1929)”.
Aprobado el proyecto por el Intendente, se procedió de inmediato a la confección de los planos, y dado que “los terrenos de referencia estaban ocupados por una dependencia nacional, el Intendente, Sr. Bollini, con su Secretario, el Sr. Williams, y el Sr. Thays, se entrevistaron con el Presidente de la República, Dr. Carlos Pellegrini, quien aprobó la iniciativa y dispuso que, por la repartición correspondiente se entregaran, sin más trámite, los terrenos elegidos a la Municipalidad, con excepción y, provisoriamente, del edificio central, y en el cual estaba instalado el Museo Histórico Nacional”. ¡Cómo se “gestionaba” en esos denostados tiempos!
Lo cierto es que el 2 de septiembre se hizo la entrega, y comenzaron de inmediato los trabajos de división del terreno en distintas áreas, y en 1897 se trasladó el Museo Histórico Nacional a su sede actual en Parque Lezama, quedando el edificio como sede de la Dirección del Jardín Botánico.
El libro de Thays -que merecería ser transcripto íntegramente- nos informa que “el número de especies y variedades aclimatadas en el Jardín, entre exóticas e indígenas, son 7100 ejemplares”, y también sobre la creación de la Escuela Municipal de Jardineros, dirigida entonces por el Dr. Cristóbal M. Hicken, quien destaca en inefables términos de su prólogo, la labor de esta Institución.
“En esta- nos dice el Dr. Hicken- cerca de un centenar de jóvenes de 14 a 15 años- estudian durante 3 años el arte del jardín, bajo la dirección inmediata de profesores competentes. De este modo, numerosos hijos de familias modestas, egresan con un caudal de preparación que los habilita a ubicarse con sueldos satisfactorios dentro del vasto mecanismo de la Dirección General de Paseos, o a entrar como jardineros expertos en casas y establecimientos particulares”.
El libro concluye con un increíble catálogo titulado “Colecciones de plantas indígenas de la República Argentina y Países Limítrofes Cultivados en el Jardín Botánico Municipal de la Ciudad de Buenos Aires”, con subdivisiones de plantas “alimenticias y pseudos-alimenticias, de maderas útiles, gomíferas y resinosas, espartería, taníferas, tintoriales,” y otras reseñadas como “insecticidas, narcóticas, perfumes, aromáticas, textiles, medicinales, venenosas”, etc, etc.
Incluye también una extraordinaria descripción sobre como fue curado un palo borracho casi muerto, mediante una especie de operación quirúrgica cuya farmacopea se basaba en kerosene, membrillo, asfalto y cemento.
¿Cómo no mencionar una nota de “La Prensa”, del 26 de enero de 1928, relatando que el Ex-Zar Fernando de Bulgaria, Conde de Murany “admiró especialmente la “Victoria Cruziana”, especie argentina algo mejor que la “Victoria Regia” brasileña, y que no conocía”?
No podemos cerrar esta nota sin transcribir, aunque sea un párrafo de una carta dirigida al Ingeniero Thays, el 18 de enero de 1928, que dice: ”Puedo asegurarle que las mencionadas particularidades colocan al Jardín Botánico de Buenos Aires, en un plano superior a las que he visitado en los países centrales y en Sud América y me permito compararlo con los mejores jardines botánicos de Europa”.
La firma Sergio Juzepczuk, Docteur Es-Sciences; Conservateur du Jardín Botanique de Léningrade et Membre de la Mis. Scientifique Russe en Amérique du Sud.