La recova de Once
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No vamos a referirnos a la recova “del bajo”, como fue conocida tradicionalmente, que se extiende desde Libertador, siguiendo por Leandro Alem hasta finalizar en Paseo Colón y Brasil, sino a la que malamente subsiste, dejada de la mano de Dios y de los hombres en avenida Pueyrredón entre Bartolomé Mitre y Rivadavia.
Difícilmente pueda existir algo equiparable en sordidez, suciedad y abandono a esos cien metros que separan las dos esquinas. Al compás de dos o tres cumbias villeras que se mezclan en el oído, multitud de vendedores vociferan sus tentadoras ofertas: chipá y tortas fritas, anteojos oscuros de plástico (imprescindibles para los niños), chombas motivadas de exótico origen, sombreros símil Panamá, relojes, aparatos de audio, ropa interior para damas y las últimas novedades para la temporada veraniega que se avecina, mientras cantidad de gente hace fila frente a las paradas de los colectivos que braman con impaciencia mientras descargan su grasiento humo negro sobre el gentío.
Los raídos edificios parecen a punto de descascararse sobre las interminables filas de caminantes, que entran y salen tropezando y chocándose de los atestados locales. Es tal la sensación de precariedad, que quien pase por allí no puede menos que pensar que todo -pero absolutamente todo- está al margen de la ley; desde los que cocinan sus preparaciones gastronómicas en plena vereda hasta los que ofrecen toda suerte de baratijas al costo; desde el que despacha su clientela en un zaguán hasta el infalible vidente que se promociona a través de volantes que alguien nos pone en la mano sin que nos demos cuenta.
Los edificios que nacen en la esquina de Pueyrredón y Bartolomé Mitre son, sin duda los más antiguos; en el centro de la cuadra yergue su solitario desaliño una desvaída construcción de ocho pisos algo más moderna, suponemos de los años 20, ornada de carteles ávidos de propiciar juicios por accidentes de trabajo y laborales en general al universo entero, y más allá, una indefinible mole color gris, estilo documental de la segunda guerra, que se prolonga por Rivadavia hasta mitad de cuadra. En su último piso pareciera existir una réplica de la recova de la vereda, ya que está conformado por arcos similares.
Un viejo cartel de tela nos anuncia que allí funcionará, en algún futuro, un incierto Museo de las Malvinas, al parecer según promesa presidencial. El clima charro de esta lamentable recova de frontera centroamericana parece no tener relación con nuestra ciudad, y si no fuera por la simple razón que existe, bien pudiera ser una ambientación para una serie televisiva.
La recova del Once tiene su origen en simultáneo con la del entonces Paseo de Julio. Fue autorizada su construcción en la última década del siglo XIX, y debía circundar toda la plaza. Por razones ya perdidas en desaparecidos archivos, sólo fue llevada a cabo parcialmente, y allí está, un siglo después, como un deplorable testimonio que demuestra que el abandono y la degradación urbana lamentablemente se imponen.