Creo que todos hemos escuchado alguna vez esas sabias sentencias que recomiendan elegir un bosque como el mejor lugar para esconder una hoja, o una manada de elefantes para ocultar un elefante determinado. En verdad, nunca tuvimos por qué esconder una hoja, y menos aún, un elefante, ni se nos ocurre imaginar ninguna circunstancia de la vida en la que se nos puedan presentar estas insoportables situaciones. No obstante, nos vinieron a la mente estos insólitos consejos en un deambular por la calle Lavalle, desde Leandro Alem hasta Florida.
Esta zona es muy distinta a la de las cuadras siguientes, es decir hasta Carlos Pellegrini, donde pasó de ser la calle de los cines (hasta la década del 60), a convertirse en ese desagradable muestrario de sospechosos templos, pizzerías, comederos al paso, repartidores de volantes y cuchitriles colmados de baratijas. A partir de Florida hasta el bajo, Lavalle se asimila a la City.
Abundan elegantes edificios de oficinas, se ven locales de mayor jerarquía, y hasta la gente que transita tiene un paso más sereno y civilizado que los que trajinan las otras cuadras.
Pero yendo al por qué del tema de las hojas y elefantes, exactamente en el 376 de Lavalle, se encuentra una mole edilicia que obliga a mirarla con atención. Así fue que observando desde la vereda de enfrente, puede comprobarse que, retirada de la línea de edificación, se eleva una torre que sólo puede verse, y con dificultad, desde ese punto.
Desde ya que esto no extraordinario, muchos edificios de Buenos Aires, especialmente aquellos primeros “rascacielos”, se hacían así, entendemos que por estudios previos que analizaban la incidencia que estos pisos elevados tendrían sobre la luz solar. Pero ahí surgió aquello de las hojas y los elefantes, y pudiéramos, entonces, acuñar una nueva sentencia: “Si quieres esconder un rascacielos, edifícalo en Buenos Aires”. Es un edificio típico del modernismo -que tal vez por tener ese nombre nunca envejece- muy parecido a tantos otros de esa época, digamos el Hospital Militar, el Comega, por ejemplo, y fundamentalmente a los cines de esa etapa que, recién salida del art decó, ingresaba en el racionalismo.
Acrecienta ese parecido la gran marquesina sobre la entrada, y a la que replica un único balcón en el segundo piso. Es una gran mole edilicia, no por los seis pisos que son los visibles, sino por su enorme frente (tal vez cerca de los 30 metros) blanco, retraído y flanqueado por dos alas simétricas que le otorgan liviandad y movimiento.
Estos dos bandeaux están destinados a locales que enmarcan la entrada, y lucen, igual que el exterior, un frente de granito rosa pulido.
En un departamento del piso 12 del cuerpo “invisible” vivió un tiempo Julio Cortázar. Así lo atestigua una placa colocada a un costado de la entrada. Mucho del pegamento utilizado ha quedado fuera, agrumado sobre la pared.
No es seguro que Cortázar hubiera aprobado un “homenaje” tan desprolijo.
Esta obra es del arquitecto Luciano Chersanaz, autor también de varias construcciones muy interesantes, entre ellas una muy cercana, el “Jousten Hotel”, en Corrientes y 25 de Mayo, y que, sin duda, merecerá una nota en algún próximo FXBA.