No era una profecía de Julio Verne, sino un anuncio a toda página de “Caras y Caretas” que nos aseguraba que el 30 de abril de 1912 sería habilitado para amigos, clientes y favorecedores el Palacio de Optica, Primer Instituto Optico-Oculístico de Lutz y Schulz, en Florida 240.
Este edificio, que existe hoy día, fue obra del arquitecto alemán Ernesto Sackmann, prestigioso profesional alemán que entre otras obras importantes, diseñó el entonces Banco Germánico de la América del Sud -Avda. Leandro N. Alem 160- y el Edificio Lahusen, de Paseo Colón 301.
Tiene un interesante diseño de acuerdo al modernismo de la época, estructura industrial con columnas de hierro a la vista, grandes superficies vidriadas, y la inevitable cúpula con pararrayos como remate.
En consonancia con otras obras de raiz centro-europeas, se usó granito, en vez de mármol, para revestimientos de fachada. La firma Lutz y Schulz -de tan difícil pronunciación- fue la antecesora de la conocidísima Lutz Ferrando, que, quizás por sonar menos rígida y más amable, ha perdurado hasta el día de hoy.
No sabemos hasta cuando funcionó en Florida 240 (hoy rebajado a 238 por razones que ignoramos) el apabullante Primer Instituto Óptico-Oculístico, ni si hubo Segundos y Terceros establecimientos similares, pero si diremos que es una de las fachadas más interesantes de Buenos Aires.
No por su diseño, cuya correcta realización hemos mencionado, sino por los adornos de bronce que la engalanan.
Dudábamos si mencionar este hecho, que si bien está a la vista del público nadie ve, por miedo de alertar a los ladrones de metales, especialmente bronce, que han despojado de toneladas de obras de arte, llamadores, buzones, trozos de monumentos, placas, etc a nuestra ciudad.
Suponemos que entre nuestros lectores no habrá muchos que se dediquen a esta lucrativa y nada riesgosa actividad, y en todo caso, les pedimos –por esta única vez- guardar reserva.
Sería lamentable que en manos de algún emprendedor Hombre Araña aficionado desaparezcan las musas, o diosas, o simplemente bellas jóvenes de túnicas flotantes que adornan las columnas, los ornamentos dorados que las enmarcan, y sobre todo, el aseado, prolijo y bien peinado niño miope con sus lentes sin patillas (quevedos) que nos mira candorosamente desde el fondo de nuestra infancia.
Hace más de un siglo que toda esta inocencia que pretendía ser propaganda está ahí al sólo efecto de ser vista por los transeuntes. Seamos amables.