Pasaron ya los tiempos de los viajes a Europa en majestuosos trasatlánticos con niños, institutrices y hasta la bonachona vaca lechera, dignamente aposentada en las bodegas con sus fardos de pasto.
El turismo se fue masificando, y también achicando en sus tiempos y distancias. ¿Imaginaría algunas veces nuestro Segundo Sombra, que su pago de Areco iba a convertirse en una especie de Meca gaucha a la que concurrirían miles y miles de personas al sólo efecto de comer un asado, ver alguna hacienda, comprar dudosas artesanías, y contemplar un grupo de esforzados bailarines profesionales trenzados en frenéticos malambos?
Pequeñas localidades que hasta ayer nomás no existían en el mapa turístico comenzaron a promocionarse, proclamándose astutamente como la “capital” de las cosas más variadas,( el asado con cuero, la mortadela, el flan con crema, el cordero) y dar así motivo a la realización de festivales, con las infaltables mal llamadas “domas”, severos paisanos enlutados de facón a la cintura, consabidos bailarines y omnisapientes payadores, que dan marco a un tumultuoso y humeante círculo de venta de chorizos, empanadas y cerveza al por mayor.
Y bueno, no está mal, por cierto. Pero aún estos mini-tours tienen su costo, naturalmente, y no siempre una familia puede emprender estas excursiones, por económicas que sean. Porque al costo inicial con los servicios incluidos, se deben añadir los derivados de las compras no programadas. ¿Cómo resistirse a un manojo de ramas de eucaliptos con hojas insólitamente plateadas y doradas, por ejemplo? ¿O a ese enorme canasto artesanal que quedaría tan bien en el rincón del living con las ramas en cuestión? Hay también coloridas mantas para cubrir el respaldo del raído sofá, globos para los chicos, cinturones de cuero repujado, en fin, tantas cosas que después hay que cargar toda la tarde y meterlas como sea en el ómnibus para el melancólico viaje de vuelta a casa.
Pero hay otras opciones, nada desdeñables en estos tiempos de inflación. Perdón, “reacomodamiento de precios”, que siempre se “reacomodan” para el mismo lado. A un costo- como dicen los vendedores ambulantes- accesible “al más modesto de los bolsillos”, ofrecemos aquí una primicia, la perla negra del miniturismo: un viaje en bote.
¿Qué? ¿Un viaje en bote…? ¿Dónde? ¿En los lagos de Palermo?
Bueno, nada menos que desde la Capital Federal hasta la Provincia de Buenos Aires. Tal cual. Dicho así queda un poco confuso, pero es absolutamente exacto. Se trata de embarcar en los botes -o mejor dicho “el bote” con capacidad para aproximadamente doce pasajeros, bultos y menores de tres años gratis- en la ribera del Riachuelo correspondiente a la ciudad de Buenos Aires, concretamente barrio de la Boca, y desembarcar en la ex isla Maciel, partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires.
El costo es de un peso por persona. En realidad, calcule el doble, porque nuestro consejo es que pegue la vuelta en el mismo bote.
No hace falta sacar seguro de vida ni llevar quitamanchas. En las largas décadas que este servicio funciona, jamás el remo salpicó a nadie, ni se registran caídas al agua, ni ahogados.
Por supuesto, no se trata de andar diciendo después que el domingo anduve navegando, ni nada por el estilo, pero ¿Qué esperar por 2 pesos, al fin y al cabo?