Mutilados
Compartir
Hay devastaciones que cambian de un momento a otro una ciudad, como las guerras y los cataclismos. Así, por ir a lo más reciente, el terremoto de Chile, con sus edificios reducidos a polvo, entre los muñones y las cicatrices de los hierros retorcidos entre pilas de escombros amontonados con maderas astilladas, restos de mosaicos y vidrios.
Nuestra ciudad de Buenos Aires no ha sufrido, por suerte, tremenda desgracia. Pero no ha podido evadirse de la lenta pero incesante degradación cotidiana que desde hace décadas, miles de manos labran sin pausa.
Se han demolido insensatamente cantidad de valiosos edificios, ya sabemos, pero muchos otros, que aún subsisten se los ha desvirtuado de tal manera que han perdido toda la gracia y la armonía de su diseño original. Hay un tipo de vivienda clásica porteña, que es la casa de dos ventanas y puerta con zaguán, y de las que muchas quedan, por suerte. Pocas mantienen su condición inicial, ya sea porque lo que era la sala fue habilitada como local, generalmente verdulería, o porque sacaron las ventanas altas originales para suplantarlas con otras más bajas, de persianas corredizas, lo que altera las proporciones primigenias, que eran sabias y elegantes.
En otras suplantaron las puertas de dos hojas por una metálica, estilo “moderno”, y en casi todas, las construcciones clandestinas tipo rancho se elevan como una malformación dañina por sobre los balaustres de las terrazas.
Están también aquellas en las que serrucharon una venerable reja para instalar un comodísimo “kiosco”, o las que de la única planta inicial hicieron dos, bajando pisos y colocando plataformas intermedias, y en fin, toda clase de combinaciones, injertos y mutilaciones, clásicas de nuestro proverbial idiosincrasia.
En un tiempo se cotizaban más lo que se compraba en dos arterias de nuestra ciudad: la Avenida Santa Fe, llamada por entonces con cierta presuntuosidad “La gran vía del Norte”, y la calle Florida. En sus tradicionales comercios no se vendía cualquier cosa, y sus vidrieras competían en elegancia y buen gusto. Tanto fue así que todos los años se realizaban concursos, con premios a las mejores. Eso de “ir a ver vidrieras” era más que una frase, una realidad.
Esta costumbre, es hoy de cumplimiento imposible. Por un lado es tal la cantidad de gente, que el sólo hecho de detenerse un instante a observar algo, dificulta y traba la circulación de los ríos humanos que ascienden o descienden a toda hora: en este sentido, poco o nada podemos hacer. Por otra parte, como todo el mundo anhelaba un local en estas calles, supuestamente para ganar prestigio, los precios alcanzaron niveles excepcionales, y así fue que desaparecieron todos los departamentos de planta baja para transformarse en locales, hablamos en este caso de Santa Fe, y desde Plaza Italia hasta Retiro hay miles de pequeños comercios irreconocibles, ya que están pegados uno al lado del otro, y aparecen y desaparecen a enorme velocidad sin dejar huella. No debe haber en el mundo, proporcionalmente, más pequeños comercios que en Santa Fe.
Y si hablamos de Florida, bueno…Quien la recorra hoy día, y se anime a caminar entre la turbamulta de artesanos, músicos andinos, bailarines de tango, niños descalzos cruelmente exhibidos para dar lástima, vendedores que paran a la gente para invitarlos a entrar en sus comercios y personas postradas con carteles explicando sus desgracias, no podrá creer que esa calle fue considerada, hasta hace pocos años, la más elegante y tradicional de Buenos Aires.
¿Será siempre así?