Olleros 2033
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Al mirar esta peregrina construcción desde la vereda de enfrente, nos viene a la mente aquel famoso soneto de Quevedo: “Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa….” salvo que aquí el hombre no es tal, sino una casa, y la descomunal nariz, la torre adosada a una pared lateral.
Realmente, si hoy resulta tan notoria la desproporción entre este extravagante mirador y la relativamente modesta construcción que trabajosamente lo sustenta, nos imaginamos el estupor de los vecinos de ese tiempo (suponemos entre el 900 y el 20) al ver crecer semejante artificio entre las elegantes y discretas residencias circundantes.
Casas con mirador había muchas, por supuesto, pero generalmente estas torres eran un detalle suntuoso y divertido, algo así como la frutilla del postre en construcciones importantes, pero siempre integradas al diseño.
Esta, contrariamente, da la impresión de haberse construido en dos etapas. La primera, suponemos, se corresponde con la habitación con ventanas que se levanta en la azotea y que debe haber formado parte del plano original. Finalmente, tiempo después, alguien decidió construir- y sin duda que a un alto costo- esa especie de angosta chimenea de fábrica adosada a la pared, que culmina en otra habitación, con balcón con rejas y techo de tejas.
Quedó así como la estructura de un faro anclado en tierra firme, sin sentido ni finalidad aparente. La altura de esta insensatez debe rondar los 30 metros; no nos imaginamos que haya sido muy visitada… Todos los interrogantes que pudiéramos plantearnos, desdichadamente, ya no tienen respuesta posible.
Sólo nos queda conjeturar. La casa presenta una fachada convencional, al estilo de tantas buenas casas de barrio, con algún añadido de decoración en guardas y adornos cerámicos, simpática, pero sin mayores pretensiones, y la suponemos anterior, por su sencillez, a los numerosos palacetes clásicos que aún subsisten.
El descuido y el abandono que se observa en los matorrales crecidos y la falta de pintura en puertas y ventanas, agregan su cuota de misterio, que no distraen, sin embargo, del principal enigma que es la presencia extravagante de este mirador, que no sabremos que o a quien miraba.