“Es mejor ser rico y sano, que no pobre y apestao” solía decirse en el campo. Esta ladina y perogrullesca máxima, no podría aplicarse hoy. Las horribles reminiscencias bíblicas y medievales de la palabreja nos hacen hoy hablar de “pandemia”.
Suena mejor y tiene, como todas los términos poco frecuentados, una categoría superior a la maloliente y sucia peste. Pero, quien diría, es peor, porque es mundial. Peso pesado. No es poco, al menos, hasta que conozcamos las cósmicas.
Pero cada lugar es un mundo, y ocupándonos del nuestro, Buenos Aires es el que nos toca. Pandemia porteña… las esquinas con pandemia, ¿árboles con pandemia, adoquines con pandemia?
Sin embargo, las flores siguen en los balcones, el pasto de las plazas crece, hay nubes, y, como siempre, cada tanto llueve.
Asomados al balcón vemos algún auto que pasa, las luces de departamentos vecinos, escuchamos alguna música distante. Entonces, ¿qué cambió? No es fácil, por lo evidente, darse cuenta. Tanto es así, que lo primero que se siente -aventuramos- es la confusión.
Este estado no es pasajero. En mayor o menor grado nos asalta todas las mañanas al comprobar que estamos despiertos un día más, y que -como dice la inmortal frase- “el mundo sigue andando”.
Se irán sumando otros indeseables como el temor, la ansiedad, la claustrofobia, la angustia, en fin, toda una gama de visitantes que hacen cola para entrevistarnos.
Los animosos mensajes con emojis, canciones y buenos deseos y los consejos que tan sabiamente nos prodigan de todas partes no son del todo eficaces en estas inéditas circunstancias. Es decir que lo que cambió es que todo sigue igual, pero como si hubiera explotado una bomba neutrónica.
No obstante, no todas son malas noticias en este boletín. Miremos adelante. Estamos en condiciones de asegurar, desde estas páginas, que todo pasará. Y pronto.
Como los osos que vuelven a las praderas después del invierno, como las golondrinas a San Juan de Capistrano, como Mac Arthur a las Filipinas, como las multas por mal estacionamiento, volveremos con ojos llorosos y agradecidos a constatar que el Kavanagh sigue en pie.
Que el Palacio Barolo conserva su cúpula.
Que las tiendas Harrod´s continúan sin restaurarse.
Y que los vendedores de globos transitan como siempre en Plaza Francia.
Pero será distinto, porque habremos vuelto sin haber ido a ningún lado.
Como consecuencia de la cuarentena obligatoria este artículo fue ilustrado exclusivamente con fotografías de publicaciones realizadas antes del 20 de marzo de 2020. Cada imagen está vinculada al artículo original.