Pasaje Roverano
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Es, por más de un motivo, uno de los edificios más curiosos y con más rica historia de Buenos Aires.
Este pasaje -que conecta Avenida de Mayo con Hipólito Irigoyen- y el edificio de siete pisos datan de 1918, pero el anterior pasaje, del mismo nombre, fue construido en 1878, por los hermanos Angel y Pascual Roverano.
En ese entonces el edificio tenía solamente dos plantas. El primer piso destinado a viviendas familiares, y la planta baja -que era una galería de 50 metros sin salida, dividida en pequeños locales- habilitados como oficinas de abogados. La ubicación era inmejorable, ya que los tribunales funcionaban al lado, precisamente en el Cabildo, que, por cierto, no presentaba el mismo aspecto que en la actualidad.
Cuando comienzan las obras de la Avenida de Mayo en 1888, bajo la intendencia de don Torcuato de Alvear, se demuele parte de la edificación, y así queda hasta que en 1912 Francisco Roverano encomienda la construcción del edificio -que sería inaugurado en 1918- al arquitecto Eugenio Gantner.
Ya el frente no está sobre Rivadavia, sino sobre la Avenida de Mayo, exactamente en el 560, pero su medianera Este, la que mira al río, sigue lindando con el patio del Cabildo, y la galería, antes sin salida, se prolonga ahora hasta Hipólito Yrigoyen.
El edificio de oficinas, a las que se accede por dos ascensores ubicados en la galería, es de corte clásico, sobrio, con muy buena iluminación en los dos frentes, y de inmejorable calidad.
Es interesante observar en el contrafrente que da a Hipólito Yrigoyen, las vigas y columnas de hierro a la vista, como se estilaba en tantos edificios de esa época, anterior al hormigón armado.
Su planta baja, el Pasaje Roverano, es el primero peatonal entre estas dos calles. Luego se abrieron el pasaje Urquiza Anchorena y el imponente y famoso Barolo.
Entrar al pasaje Roverano es un viaje al pasado. Tiene el encantador aspecto de las construcciones de la belle epoque, con ocho columnas de ónix de elegante diseño, profusión de mármoles y bronces en las escaleras y en los doce locales ubicados en los laterales y los cuatro emplazados en el centro de la galería.
Allí está la antigua peluqueria, con sus sillones y espejos, y el sosegado restaurante de espaciosas mesas con amplios manteles, también están los balcones de rejas y barandas de bronce que permiten asomarse y mirar el subsuelo, réplica de la planta baja, también con locales comerciales.
Hay un secreto: desde la galería se puede ingresar directamente al subterráneo, y es el único edificio particular de Buenos Aires que goza de tamaño privilegio, legalizado por decreto municipal del 30 de julio de 1915. Es más, cualquier ocupante puede descender por el ascensor directamente desde su oficina hasta la estación Perú de la línea A, como si fuera lo más natural del mundo. Y tal vez para ellos lo sea.