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#170 • Octubre 2020 Año XI Calles Curiosidades Paisaje Urbanismo

Pasaje Seaver

por Enrique Espina Rawson / Fotos: Iuri Izrastzoff y archivo Luis Fiori (Pinterest)
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Al ver viejas fotos de este rincón porteño, aparece inesperadamente un garaje que estaba sobre la vereda de los números impares, y sobresaliendo de la pared, un cartel de YPF.

¿Alguien recuerda que en los garajes se vendía nafta?  Tantas cosas, tantos datos efímeros que se acumulan en nuestra memoria…  Hasta que de pronto resurge un ovalado cartel de YPF,  que nos deja pensativos… Habrá sin duda un dato preciso, una fecha, un día, en el que sin mención alguna, dejó de funcionar el último surtidor de algún garaje… qué importa… En este caso desapareció el cartel, el garaje y la misma calle que lo albergaba.

Una sola cuadra contenía todo eso y mucho más. El Pasaje Seaver cayó junto con la manzana limitada por Carlos Pellegrini, Posadas, Cerrito y Libertador.

Desde Posadas bajaba (o subía, según se mire) una escalinata sin mucho ornato, como correspondía a la categoría del recóndito Pasaje Seaver.

En 1896, cuando se le dio esta denominación, era un paisaje hermanado a aquel que evocó Manzi… ”la esquina del herrero, barro y pampa, tu casa, tu vereda y el zanjón, y un perfume de yuyos y de alfalfa, que me llena de nuevo el corazón…”, y había depósitos de leña y carbón, casuchas ínfimas, algún corralón con sus carros, sus fardos de pasto y sus caballadas, tal vez -seguro- algún almacén frecuentado por malevos y gentes mal entretenidas.

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La avenida del Libertador, (en ese momento, Paseo de Julio), y la zona en general no eran lugares para salir a pasear con la familia.

Décadas después, la zona fue despojándose de sus rasgos primitivos, para adquirir una categoría muy superior, edilicia y socialmente hablando, que es la que hoy luce.

Al sur, sobre la avenida Leandro Alem, se levantaron departamentos de muy buena categoría, emparejándose las recovas, y la destartalada callecita empezó a ser frecuentada y habitada en las nuevas construcciones que iban surgiendo, por gente del arte y la bohemia.

Una suerte de cabaret “Can Can”, que fuera antes el famoso “Amok”, le dio la impronta de un Montmartre porteño, y ateliers de artistas, pintores y escultores, estudios de danzas, y todo un vaivén de gente pintoresca y fraterna, contribuyeron a darle un aire de escenografía; algo así como de café-concert…

¡Cuántos nombres, cuanta gente valiosa, cuántos personajes frecuentaron sus veredas y sus reuniones en un perpetuo divagar ajeno al traqueteo que la ciudad imponía apenas se doblaba la esquina…!

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Un mundo aparte… Es raro, muy raro, no parece cierto, pero así fue el mentado Pasaje Seaver. En rápida nómina, allí vivió Bibi Zogbé, la pintora libanesa, famosa por sus cuadros de flores, el ex canciller Enrique Ruiz Guiñazú (padre de Magdalena), y el escultor Gonzalo Leguizamón Pondal.

Ekaterina de Galanta, bailarina rusa que descolló en los Ballets Russes, de Sergei Diaghilev, al radicarse en Buenos Aires luego de recorrer los escenarios del mundo, instaló allí su famosa Escuela de Danzas que tenía entrada por Posadas, y, paralelamente, para completar el cuadro, también estaba la Fundación Ars Musicalis, cuyo coro dirigía el Padre Segade.

Y para colmo, dos estupendas bellezas, famosas vedettes del Folies Bergere, May Avril y Xenia Monty, fueron vecinas del barrio, ya que prefirieron quedarse en Buenos Aires, antes que retornar con la compañía a Francia. ¡Ah!, no nos olvidemos de Juan José Sebrelli, que también fue habitante del pasaje.

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En 1979, y luego de infructuosas gestiones para salvarlo de alguna manera, desapareció del mapa de la ciudad, pero no del recuerdo de tantos que por allí pasaron.

Desde hace un par de décadas la autopista que lo reemplazó funciona como techo de una eficiente “recova” con locales gastronómicos, varios niveles para estacionar autos y una estación de servicio. Ni un ladrillo ni un fantasma quedó de aquel lugar que fue parte de aquella Buenos Aires.

Esta callejuela se llamó Seaver, por Benjamín Franklin Seaver, marino nacido en EE.UU que, como segundo del Almirante Guillermo Brown, murió peleando por nuestro naciente país en la tremenda batalla de Martín García. Mezquino homenaje de nuestra ciudad a este joven oficial que vino a morir tan lejos de su tierra… Y más aún si caemos en cuenta que al desaparecer su callecita y sus fantasmas amigos, su nombre también desapareció con los últimos escombros de la demolición.

Tal vez alguien repare esta ingratitud, y su nombre encuentre su lugar en algún rincón cercano a lo que fuera, por casi un siglo, el inolvidable Pasaje Seaver. – FXBA

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