Patriótica
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Carlos Casado del Alisal, empresario español (1833-1899) poseyó lo que se cree fue la mayor fortuna de su tiempo en nuestro país. Viene a cuento porque, entre otras cosas, en su testamento donó los fondos para la construcción de un edificio para sede de la Asociación Patriótica y Cultural Española. Esta entidad tuvo gran renombre y popularidad desde su fundación, en 1896, épocas en las que la inmigración española arribaba en oleadas a nuestro país.
Justamente, entre los fines prácticos de esta institución, además de los actos patrióticos y culturales tendientes a mantener vivos los vínculos con la Madre Patria, estaba el de dar contención y apoyo a los recién llegados, ofreciéndoles albergue e instruyéndolos y facilitando su inserción en nuestro ambiente. En su frondosa historia de hechos notables, sobresalen, sin duda, los acaecidos en 1898, cuando se declara la guerra entre España y Estados Unidos. A raíz de esta tragedia -que finalmente terminó con el resto del imperio colonial hispano en América y Asia-, un millar de sus socios viajó a la madre patria para incorporarse a los combatientes. No sólo eso. Producto de suscripciones, bonos y festivales, la Asociación adquirió en Francia un buque de guerra, el acorazado bautizado “Río de la Plata” para la Armada española, mientras que, paralelamente se remitían fondos para la Cruz Roja. Ya en el siglo pasado, “La Patriótica” siguió promoviendo expresiones culturales vinculadas a la hispanidad, pero carecía de una sede adecuada, hasta que se resolvió construir su propio edificio, contando con la donación de Casado del Alisal y aportes de socios y benefactores.
Desde Zaragoza, España, se remitió un sillar granítico, que luego de una solemne recepción, en septiembre de 1913, fue colocado como piedra fundamental de la obra. La Asociación, ya conocida simplemente como “La Patriótica”, inauguró su sede social en 1916, en Bernardo de Irigoyen 672, en un acto multitudinario que colmó el gran salón de actos y desbordó en las aceras. El edificio, podría decirse estaba concebido para sustentarse a sí mismo, ya que sus dimensiones sobrepasaban en mucho a las requeridas por la institución.
En efecto, los tres primeros pisos del primer cuerpo quedaron afectados a la Patriótica, funcionando allí la sede de la comisión directiva, el gran salón de actos con su palco, biblioteca, sanitarios y un par de departamentos reservados para alojamiento de los artistas invitados, camarines, depósitos, etc. Los pisos superiores, y los dos cuerpos restantes fueron pensados como oficinas o viviendas que deberían sustentar para siempre los gastos de la sociedad.
Estaba muy bien pensado, y el sistema, durante décadas, funcionó a la perfección. Pero, como ocurre siempre, los hechos superan las previsiones humanas. En la década del 40 se comenzó a legislar sobre las locaciones urbanas, y distintos decretos y leyes dispusieron finalmente el congelamiento de los alquileres. Esto determinó que, debido a la inflación, el previsor sistema deviniera en catástrofe, ya que los montos recaudados no llegaban a cubrir el pago de los impuestos. La mayoría de los inquilinos -ya que la ley impedía el desalojo por falta de pago- dejaron simplemente de pagar, y, como infinidad de propietarios, la Patriótica fue llevada a la quiebra. Los departamentos fueron malvendidos, prácticamente regalados a sus ocupantes y, paralelamente, por falta de fondos el edificio dejó de ser mantenido. Las filtraciones y las goteras no reparadas hicieron lo suyo. Desapareció material documental muy valioso, los socios fueron también mermando, y la ruina inevitable no tardó en presentarse.
Pero hoy, nuevamente, el panorama ha cambiado. Nuevos directivos y nuevas ideas se sobrepusieron al abandono. La Patriótica era un edificio histórico, y, como tal, recibió el apoyo estatal para su puesta en valor. Se recibieron importantes apoyos y aportes del Ministerio de Cultura de la Ciudad, a cargo del Ingeniero Hernán Lombardi, y del Consejo de Promoción Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, presidido entonces por el Dr. Juan M. Beati.
Desde entonces se llevan a cabo minuciosas tareas de recuperación, ya muy avanzadas, dirigidas con enorme oficio y dedicación por un equipo de profesionales encabezado por los arquitectos Busto y Alfaro, hasta lograr la plena recuperación de este histórico lugar.
No podemos dejar de mencionar al Ingeniero Seoane Amor, que supervisó las obras en representación de la Federación de Sociedades Españolas. Tal vez pronto podamos asistir a alguna zarzuela, o quizás a algún concierto en el piano en el que una noche tocó Manuel de Falla, y que, en melancólico silencio, aún permanece en la sala vacía.
El edificio de imponente fachada palaciega, ecléctica con fuerte presencia del plateresco y renacimiento español, fue diseñado por el ingeniero Villa Abrile de quien no existen mayores datos. En relación a la época de su inauguración, ha sumado una ventaja impensada para esos años, cual fue la apertura de la avenida 9 de julio.
La demolición de la manzana de enfrente permitió a los ocupantes del palacio una perspectiva visual de aire y luz incomparable.
Y, paralelamente, la severa fachada de piedra, las columnas, el escudo con el lema de la sociedad y las dos torres almenadas pueden ser apreciadas en detalle por quienes circulen por la plazoleta arbolada que suplantó las viejas construcciones demolidas. Inevitablemente nos asalta el verso de “Fundación mítica de Buenos Aires”: “sólo faltó una cosa, la vereda de enfrente”.
Un comentario final. No es para todos, sino para quienes aprecien el refinamiento de los ambientes tradicionales amplios, sólidos, y confortables: hay un departamento en venta en este único lugar de Buenos Aires.
Tal vez en aquel Madrid contemporáneo de este suntuoso edificio, hubiéramos encontrado un anuncio en el hall de entrada con una leyenda manuscrita que diría más o menos así: “Se vende apartamento muy majo. Interesados dirigirse a la Sra. Encarnación, encargada de la Portería”, pero, por hoy solamente, aconsejamos comunicarse con Izrastzoff, o pinchar aquí para ver su descripción.