En nuestro Nro. 7 se publicó un original artículo de Héctor Ángel Benedetti sobre una pequeña toma de agua en el Río de la Plata, que desde hace años se encuentra desactivada. Fue suplantada por otra, que sigue la misma perpendicular con respecto a la costa, ubicada bastante más adentro del río, siendo las dos visibles desde la orilla.
Esta toma abastece a la Planta Potabilizadora General San Martín, ubicada entre las Avenidas Figueroa Alcorta; Leopoldo Lugones, Florencio Sánchez y La Pampa, en un terreno que abarca 23 hectáreas.
Desde hace muchísimos años, y pese a estar a la orilla del río más ancho del mundo -¿o estuario?-, el abastecimiento de agua constituyó un serio problema para nuestra ciudad. La baja profundidad, unida a la influencia de los vientos y de las bajantes oceánicas sobre el caudal del Río de la Plata determinaban variables difíciles de prever y, por supuesto, de solucionar. Aunque tangencialmente, nos hemos referido alguna vez a los aguateros porteños, que constituyeron por siglos, exceptuando los aljibes y las lluvias, el único sistema proveedor de agua con que contaba nuestra ciudad.
Recién en 1851 se pone en funcionamiento el Molino San Francisco, en Balcarce entre Alsina y Moreno, es decir, en pleno centro porteño. Era la construcción más alta de Buenos Aires, y su misión consistía en bombear agua, decantarla en piletones y ponerla a disposición de quienes desearan aprovisionarse. No había conexiones domiciliarias.
Valga esto como antecedente de lo que fue durante muchísimos años Obras Sanitarias de la Nación, nombre que aún sigue vigente a pesar de no existir como tal.
Daría para cantidad de notas ocuparnos de esta institución. Pero queremos referirnos a la planta potabilizadora, no en su función específica, sino como edificio, o mejor dicho como decoración, ya que la interminable sucesión de arcadas que vemos al pasar por Figueroa Alcorta o Lugones no cumplen otro fin que el de circundar las grandes piletas donde es tratada el agua del río.
Tienen algo de estilo conventual, retrotrayendo nuestra imaginación a misteriosas construcciones de antaño. ¿Y qué decir de las esplendidas rejas que circundan el predio? Vale la pena observarlas en detalle.
Veremos que cada tramo está enmarcado entre dos pilares, rematados en un macetón de mampostería. Estaban destinados a alegrar con plantas y flores la visión del transeúnte, para usar lenguaje de la época. Vale la pena recordar que la construcción se llevó a cabo entre 1908 y 1914, y, presumimos, el enrejado y arcadas son de 1927/28, última etapa de obras en el complejo.
Hoy no cumplen esta función, y es de lamentar el estado de abandono que presentan. Muchos de estos macetones ornamentales están vacíos, y faltan una cantidad grande de ellos, -notoriamente en la fachada que da sobre la avenida Lugones- quizás caídos al pie de los pilares, sin que, aparentemente, nadie se preocupe en reponerlos.
En esos tiempos, en el predio no sólo se potabilizaba el agua. Existían talleres de pintura, aparatos eléctricos, ajuste, calderería, tornería, hojalatería…en fin, una maravilla de organización y eficiencia.
Ojalá que alguna autoridad de AYSA se dé una vuelta por la planta General San Martín, y perciba que, más allá de las funciones específicas de potabilización, existe una estética que nuestros antecesores se encargaron de crear, y que la incuria y la desidia se están encargando de destruir aceleradamente.