Cuentan que el presidente Alvear controlaba la hora de su reloj al pasar frente a la Torre de los Ingleses, y de esta observación cotidiana nació una necesidad: la creación de la hora oficial argentina.
El reloj de la torre, réplica del Big Ben de Londres, era considerado como la encarnación de la exactitud, tanto como los relojes que usaban los guardas de ferrocarril. No era para menos. Situado a 50 metros de altura en el sexto piso de la torre, con sus cuatro enormes cuadrantes de opalina, su péndulo de 4 metros y 100 kilos de peso, fue desde su inauguración motivo de la admirada curiosidad de los transeúntes, que muchas veces detenían su marcha para escuchar las cinco sonoras campanas del carrillón, y comparar la hora indicada con la de sus propios relojes.
Era fama que los pocos relojes públicos, ubicados en distintas iglesias porteñas, o en la torre del Cabildo, no resolvían el problema de quienes necesitaban saber la hora y sus correspondientes minutos. Generalmente no funcionaban, y si lo hacían era para desorientar a los que se guiaban por su anárquica información. En ese contexto, una pregunta común de antaño, era “¿Tiene hora buena, por favor?”, a la que el interpelado respondía gravemente, y con la mayor exactitud posible, luego de contemplar con detenimiento el macizo reloj extraído del bolsillo del chaleco.
Con la creación de la hora oficial, a la que luego fue posible acceder por teléfono marcando el 81, se resolvió el problema. Una locutora fue contratada para grabar, cada diez segundos, la hora con sus minutos y segundos correspondientes. Era fama que había casos en que algún ingenuo usuario, desconocedor del sistema, agradecía atentamente, y alguno ante la reiterada repetición atinaba a balbucear: -Si, sí, gracias, ya escuché, si, muchas gracias.
Recordamos también las consabidas palabras de la radio, las que cada hora emitían la invariable fórmula: “El último punto de la señal cardinal, emitido desde el Observatorio Naval del Ministerio de Marina, indica las 21 horas, hora oficial en la República Argentina”.
Con el atraso o retraso de una hora, siempre cambiante según el gusto de quien dispone en estos temas, y la independencia de mucha provincias al respecto, esto se ha ido transformando en un galimatías, al menos para el profano.
Luego la diversificación de las compañías telefónicas significó también el cambio del invariable método, y todo se complicó un poco.
No hace muchos años se pusieron en marcha los relojes de la Legislatura de Buenos Aires, antes Consejo Deliberante, y con sus campanas se programó un concierto de música popular, coordinado por el famoso Cuchi Leguizamón. Fue un experimento extraordinario, y desde aquí, humildemente sugerimos que, en adhesión a los festejos del Bicentenario, se retome esta iniciativa que, además de su contenido artístico tendría un notorio efecto benéfico. Desde hace siglos es sabido que la música calma los nervios.