¿Comer o cenar? ¿Pelo o cabello? ¿Cuarto o pieza? Había otros interrogantes, siempre los hubo, no menos trascendentes.
Estos códigos coloquiales, comenzaron a ser develados- y también inventados- en la década del 70 por el genial Landrú en su “Tía Vicenta”, a través del diálogo entre dos primas, Mirna Delma y María Belén, representantes del “out” y del “in” en esos momentos.
El habla popular se expresaba con más autenticidad en Mirna Delma que en María Belén, por supuesto, aunque tampoco podríamos significar este tipo de lenguaje- excesivamente cursi- como el único popular. Mucha gente hablaba llana y espontáneamente, sin preocuparse en otra cosa que en ser comprendida. Así se mezclaban términos lunfardos, ciertos giros de la moda, o arcaísmos heredados.
¿Quién no escuchaba o decía, ante un elegante par de zapatos-¡Juná que timbos!- o -¡Pasame un faso!- para pedir un cigarrillo?
Pero en cierto momento irrumpieron palabras claves que marcarían con precisión nuestro encumbramiento o nuestro desprestigio social, según las reglas de un misterioso código no escrito. Términos análogos o sinónimos se transformaron en enemigos irreductibles. Se estaba con uno o con otro bando, sin medias tintas. Nadie podría explicarnos por qué colorado si y rojo no ¿Es que acaso los tan apreciados glóbulos rojos de toda la vida debían transformarse en glóbulos colorados? Y a su vez, ¿los maléficos bichos colorados del pasto serían recatalogados en la zoología como bichos rojos? ¿Y los rojos de Avellaneda?…
Pavorosos enigmas nos acechaban: ¿Sueter o pullover? ¿Piloto o impermeable? ¿Remera o chomba?…
No había reglas, ni piloto automático en estas cuestiones, sólo funcionaba el instinto, y sobre todo la autoridad de quien lo decía. También había quienes, sensatamente, estaban, o al menos se consideraban más allá de estas cuestiones, y no se preocupaban por ser o no ser “bien”.
Así funcionaron las cosas durante varios años, pero ahora todo esto ha cambiado o, al menos, está cambiando.
Pareciera existir un silencioso y espontáneo movimiento de “contracultura” que reniega de estas reglas, y adopta con entusiasmo lo que antes se consideraba un quemo. Así es como, desdeñando ex profeso el “vamos a comer” nuevamente se ha institucionalizado el “cenar”, de la misma forma que el casamiento es ahora, rotundamente, una “boda”, y si antes se decía “te presento a mi mujer” hoy la fórmula puede jerarquizarse con un leve carraspeo que precede a “Mi esposa”.
Vuelve también el “encantado”, desalojado en su momento por el simple “¿qué tal?”, y no vemos lejano el día que retorne el candoroso “buen provecho” a los restaurantes de Puerto Madero.
Hasta que se dirima esta trascendente batalla terminológica las fronteras de la nueva parla urbana serán confusas, pero quizás-¿por qué no?- se revitalice, como una tercera posición, la idea del neocriollo o una panlengua a la Xul Solar.