Su biografía nos informa que fue Obispo de Tours, Francia. Suponemos que por eso se lo debe considerar francés, ya que, en realidad nació en el 316 de nuestra era en Panonia, territorio que forma parte de la actual Hungría, y murió en Candes-Saint-Martin, Francia, el 8 de noviembre del año 397. Tiene una estatua en Buenos Aires, ubicada en la plazoleta de su nombre, entre Avenida Alvear, Schiaffino y Posadas, emplazada allí el 20 de octubre de 1981, y obra del escultor Ermando Bucci. Se lo ve en la actitud que le adjudica la conocida y edificante leyenda, esto es, tratando de cortar su capa para darle la mitad a un anciano y aterido mendigo que le solicita ayuda. Hablando con franqueza, nunca nos convenció demasiado esta historia.
En primer lugar porque es muy difícil cortar una capa con una espada, y menos aún subido a un caballo. Cualquiera que vea la estatua se da cuenta de la imposibilidad de esta tarea. Tampoco como ejemplo de caridad es demasiado estimulante, ya que mucha gente común y silvestre, hubiera dado la capa entera, entendiendo con sentido práctico que media capa no le sirve a nadie.
Pero siguiendo la historia de este santo, y en lo que nos atañe a los porteños, dícese que las huestes de don Juan de Garay, el día 20 de octubre de 1580, se dieron a la tarea de encontrar un santo patrono para la refundada ciudad de Buenos Aires. Y así fue como escribieron en unos papeles nombres de santos diversos, los mezclaron en un sombrero, y se procedió a extraer uno de ellos, que resultó ser, como todos sabemos, San Martín de Tours. Parece que causó mala impresión la posibilidad de este padrinazgo, resolviéndose volver a mezclar los papeles, y proceder al ballotage. Increíblemente, como un dado cargado, volvió a aparecer este molesto santo extranjero.
Empecinados, los españoles alegaron fallas técnicas, anularon el sorteo, y se procedió a un tercer sorteo, esta vez definitivo. Y, créase o no, otra vez San Martín de Tours se las ingenió para sacar ventaja a todo el santoral, y aparecer primero en el marcador, ante el notorio disgusto de los presentes, que, a regañadientes, no tuvieron más remedio que consagrarlo nuestro patrono. Hasta aquí la leyenda. Con las disculpas del caso, también se nos permitirá mostrarnos escépticos al respecto. Y nuestra desconfianza surge al no poder concebir que un español de esos tiempos hubiera sido capaz de proponer para tan altas y delicadas funciones un santo francés, teniendo en cuenta las pésimas relaciones entre ambos pueblos.
Para cualquiera de aquellos rudos combatientes el término “afrancesado” era, lisa y llanamente, un insulto. De tal manera, proponemos modificar esta creencia. Proponemos un milagro integral, completo, redondo, que bien pudiera haber sido así: Luego de la frustrante ceremonia e interrogados uno por uno los participantes para conocer cual de ellos tuvo la desatinada idea de incluir en el sorteo al santo obispo de Tours, todos negaron ante Dios haber escrito ese nombre.
El escribano, puesto como perito en letras tampoco pudo reconocer en esos trazos de maravillosa caligrafía, la inexperta y torpe mano de ninguno de los hombres que fraguaron el malhadado sorteo. ¿Y cómo era posible que el trajinado papel tuviera un aroma a flores tan delicado como persistente? Consultado que fue el fraile de la expedición, sostuvo que era evidente la intervención divina, que procuraba demostrar a personas de tan corto entendimiento, que los seres humanos eran todos iguales ante los ojos de Dios. Aún los franceses. Y con esto se dio por terminado el asunto y quedó el malquerido obispo de Tours a cargo de esta ciudad.
Si se acepta esta proposición, que no sólo acepta sino también mejora el milagro, se nos ocurre una moción más, esta de carácter administrativo, podría decirse. Viendo y considerando el estado de nuestra amada reina del Plata al día de hoy, a tantos años de su re-fundación, sería conveniente la designación de un nuevo santo patrono, ya que, (las evidencias están a la vista), el santo de Tours no parece haber tomado demasiado a pecho sus funciones en estos últimos tiempos. Lo primero que le pediríamos al nuevo funcionario celestial -si es que nuestra iniciativa llegara a concretarse- es que contemple y ayude a los miles de desdichados que no sólo duermen, sino que viven en el desamparo de las calles. Y que, por favor, no se ponga a cortar capas, sino que, por esta vez, las regale enteras. Amén.