Es extraño que esta singular residencia no haya sido más mencionada entre las páginas de arquitectura porteña. Fue realizada como vivienda particular por el arquitecto italiano Bernardo Milli, suponemos que en fecha no muy lejana al 1900.
Si fuera posible prescindir de denominaciones técnicas, debiéramos apelar a términos tales como delicia, primor, juguete, para graficar la impresión que produce a quien la observa en detalle.
Es un catálogo de lo mejor del art-nouveau Liberty, con algún toque del francés de la época, especialmente en el coronamiento de la cúpula, estilo Segundo Imperio, con una maravillosa aplicación o remate de hierro forjado.
Los encajes de herrería de las ventanas en rejas y ménsulas, y en la marquesina de lo que suponemos debe haber sido la entrada de servicio (para personal doméstico y proveedores) son de una elegancia candorosa y feliz, imposible de superar, que se complementan naturalmente con los juegos de la decoración del frente, con flores, rostros femeninos, guirnaldas, en fin, no queda nada guardado.
Por supuesto, como no destacar la excelente carpintería de cedro de las aberturas y el diseño del granito rosa que cubre el frente, desarrollado en curvas y volutas que parecen desperezarse felinamente con estudiada indiferencia ante la mirada ausente de la marea humana que va y viene en su trajinar cotidiano.
Sabemos de las escaleras y vitrauxs interiores, tan lindos y encantadores como todos los detalles de esta vivienda. Ignoramos quienes habitaron en ella, y no entendemos como alguna vez pudo haber sido vendida, porque de la puerta para adentro se debe ingresar no a una casa, sino a un cuento de hadas.
Esta pequeña maravilla, como dijimos, es obra del arquitecto Bernardo Milli, de quien no hemos podido conseguir otros datos, aunque conocemos algunas de sus obras en Almagro y Barrio Sur, pero que no tienen, ni de lejos, la categoría de esta exquisitez única.
Para la historia de Buenos Aires, su nombre quedó grabado al lado de la chapa con la numeración 936.
Hasta no hace mucho, en lo que fueron las dependencias domésticas de la residencia, funcionó un lugar nocturno. Este extraño destino seguramente no fue imaginado por el honorable arquitecto Milli hace más de cien años, para su primorosa obra de arte de la calle Suipacha.