Estaba el carro del lechero, más distinguido que sus congéneres comunes, ya que poseía llantas de goma , otros que acarreaban una inverosímil y descomunal montaña de objetos de mimbre siempre a punto de caerse, como canastos, bandejas, sillas y hamacas, los carros grises de la basura que vaciaban en su interior los tachos metálicos, los que vendían fruta y verdura, las chatas del corralón cargadas de arena o bolsas de cemento, los de la mudanza, los Mateos y otros tantos que no recordamos en este momento.
Todos circulaban amigablemente, a la par de automóviles, tranvías, ómnibus y colectivos hasta que el congestionamiento del tránsito obligó a prohibir, ley 2148 mediante, la llamada “tracción a sangre”, de las calles porteñas.
Así desaparecieron los caballos de la ciudad. Los caballos si, pero la tracción a sangre no. Los seres humanos ocuparon el lugar de las bestias de tiro, y así las noches de la ciudad se saturan de hombres, mujeres, chicos y ancianos que colaboran en el desguace manual de los residuos domiciliarios.
Al principio eran como una curiosidad casi folklórica, que suponíamos pasajera, hasta que las cosas volvieran a encarrilarse. Pero no, no sabemos si esto, como la seguridad o la inflación, constituye también una sensación, más lo cierto es que juraríamos que cada vez son más. Arracimados en destartalados camiones asmáticos y humosos desembarcan en alguna esquina, y allí comienza la estiba de los materiales que van aportando los carritos diseminados por la zona: papeles, vidrios, plásticos, cartones.
No es necesario dramatizar. Es un drama. Indudablemente nadie nace con vocación de cartonero, y no es necesario explicar que tener que estar agachados en la basura y meter las manos ocho horas por día en las bolsas malolientes no puede ser el ideal de nadie. ¿Y qué pasa cuándo llueve dos o tres días seguidos como está sucediendo tan a menudo? ¿Y si están enfermos? ¿Y los chicos que deberían estar en el colegio? ¿Qué posibilidades tienen de mejorar? Y finalmente: ¿Alguien tiene idea cuántos son? ¿Hay algún plan para integrarlos a otro tipo de actividad?
Lo peor es que, como todo, nos acostumbramos y ya vemos sin ver, como si fuera un fenómeno natural contra el cual no podemos hacer nada.
Antes había pobreza, desde luego, pero si se peleaba, al menos se peleaba por la comida. Ahora se pelea por la basura.—FXBA